Autor: JUAN ANTONIO MUÑOZ |
COLUMNAS DE OPINIÓN: El recital de Daniil Trifonov ya forma parte de la historia del Teatro Municipal
COLUMNAS DE OPINIÓN: El recital de Daniil Trifonov ya forma parte de la historia del Teatro Municipal Asombro y alegría sin límites. Asombro ante la experiencia de estar ante un auténtico genio. Y regocijo por haber sido testigos de un recital que ya es un hito en la vida de quienes estuvimos en el Teatro Municipal de Santiago el sábado 6 de julio.
Se debe al pianista ruso Daniil Trifonov, estrella del sello discográfico Deutsche Grammophon y artista Steinway & Sons, de quien se puede decir que tiene dentro de sí todo lo que es la música de manera esencial y que, más allá del absoluto dominio técnico, tiene una comprensión profunda e íntima de la arquitectura de las obras que interpreta. La ocasión sumaba la maravilla de inaugurar un nuevo piano para el Teatro, magnífica y ultra necesaria donación de un filántropo anónimo. Trifonov tiene apenas 33 años y uno se pregunta dónde va a llegar, ya como pianista ya como compositor, que también lo es. Tal es su imperio sobre el hecho de la música y sobre los vínculos de esta con procesos espirituales, emocionales e intelectuales.
El exquisito repertorio ofrecido inició con la Suite en La menor de Jean-Philipe Rameau (1683-1764), compuesta para clavecín, que amalgama danzas francesas y estilos de la época, mostrando la evolución hacia formas más complejas y expresivas dentro del repertorio de la suite barroca.
Trifonov llevó el uso sofisticado de la armonía propuesto por Rameau a un plano superior, explorando modulaciones y descubriendo disonancias dentro del marco tonal de una obra cuyas líneas melódicas están adornadas por un sinfín de ornamentos como trinos, mordentes y grupetti.
Desde los primeros compases fue evidente su potestad en digitación, velocidad y precisión, pero también su conocimiento completo de la mecánica del piano, lo que implica entender y aplicar la tensión muscular adecuada, el uso eficiente del peso del brazo y la economía de movimientos para maximizar la expresividad y minimizar el esfuerzo físico que representa una obra larga y tan delicada como esta. Se suma a lo anterior, su refinamiento a la hora de proponer dinámicas contrastantes para acentuar alguna intención expresiva, asunto que permite más el piano que el clavecín. Como si Trifonov hubiera sido concebido para interpretar a Mozart, su versión para la Sonata 12 en Fa Mayor (1783) puede ser calificada de antológica. Obra emblemática del período clásico, mostró al pianista a sus anchas en el lirismo, en la elegancia y también en el júbilo de la pieza. Si el segundo movimiento (Adagio) es una sección conocida por su belleza y expresividad, lo logrado por Trifonov es difícilmente igualable: nadie respiraba en el Teatro Municipal.
Otra cima fue el tercer movimiento (Allegro assai), donde el intérprete lució su temperamento a través del trazado de secciones tempestuosas con otras de suma discreción, como esa cadencia que concluye en un pianissimo apenas perceptible. La primera parte terminó con las "Variaciones sobre un tema de Corelli", Opus 42 (1931), de Sergei Rachmaninoff.
Son 20 variaciones y una coda final, en las cuales el compositor desarrolla y transforma el material temático inicial en un amplísimo espectro de estilos y emociones a través de una complejidad estructural desafiante, aunada a un derroche de virtuosismo (saltos, extensiones de manos, veloces escalas, líneas contrapuntísticas complejas, arpegios y acordes) y momentos de vehemente poderío. Trifonov --haciendo gala de resistencia física y mental-parecía transfigurado, aprovechando en toda su enorme capacidad el soberbio nuevo piano del Teatro Municipal. Fue impresionante la intensidad romántica desplegada, en una ejecución desgarradora, tensa, poética y, finalmente, grandiosa. El público estaba en éxtasis. Tras el breve intermedio, vino un plato de enorme compromiso: la Sonata para piano número 29 en Si bemol mayor, Opus 106, de Ludwig van Beethoven, subtitulada "Hammerklavier", compuesta entre 1817 y 1818.
La obra exige gran extensión de las manos del pianista, que debe hacer frente a pasajes que requieren extrema velocidad y agilidad, evidentes en los movimientos rápidos del Scherzo y en los pasajes fugados del final.
Trifonov lució su pericia para mantener líneas independientes y claridad en la interpretación de las voces implicadas, y fue certero en el control expresivo, fundamental para transmitir la intensidad emocional de una obra repleta de contrastes sonoros desde pasajes en pianissimo hasta los acordes más tempestuosos. Se trata de una partitura que apela al misterio, como ocurre en el enigmático final del segundo movimiento. Fue extraordinario cómo el pianista abordó el Adagio, donde subyace una suerte de desorientación temática que desemboca en un angustioso grito desesperado.
La conclusión (Largo-Allegro risoluto) es con una fuga de carácter apocalíptico donde Trifonov parecía hecho uno con Beethoven en la búsqueda a ciegas de una salida de la oscuridad, que parece alcanzar una suerte de revelación tras un agotador ejercicio contrapuntístico. La ovación fue interminable y agradecida. 14 veces debió salir Trifonov a saludar. Regaló cinco encores. Nadie quería abandonar la sala ni dejarlo partir. Crítica de música El recital de Daniil Trifonov ya forma parte de la historia del Teatro Municipal JUAN ANTONIO MUÑOZ H. Daniil Trifonov salió 14 veces a saludar desp u é s d e s u concierto. PATRICIO CORTÉS.