Momento sucio
Momento sucio (como el rechazo al voto de los extranjeros); o se insinúa que es necesario sacrificar libertades (para apagar el miedo); o se diagnostica la realidad social de una forma que atiza el conflicto (como la idea de que el problema de Chile es un pueblo abusado frente a una élite egoísta); o se hacen inferencias excesivas (como derivar de una ideología global un programa de gobierno). Y como si esos excesos no fueran suficientes, a veces se agrega el gesto agrio o innecesariamente mal humorado (en esto incurre el candidato Kaiser); se echan a correr rumores o mentiras acerca de la salud mental de un competidor (como la campaña de que es víctima Evelyn Matthei); o, frente a esos mismos hechos, se formulan excusas peores (nunca haríamos eso contra quien no es adversario, dijo Kast, en un obvio lapsus, alarmando a quienes lo son); una candidata confía demasiado en su sonrisa y mantiene la incertidumbre o la ambigüedad acerca de lo que quiere o se propone, escamoteando sus ideas e impidiendo la evaluación racional (es el caso de Jeannette Jara). Se suma a lo anterior que en muchas ocasiones los contrincantes se están deslizando hacia el engaño. El engaño no solo se produce cuando se dice algo con ánimo de mentir (como ocurre con los rumores que se han echado a correr respecto de E.
Matthei); también se engaña cuando se simplifican los hechos y se usa la cátedra en favor de las propias preferencias (Weber habló de los "profetas de cátedra") o cuando, por negligencia o flojera, se ignora la información acerca de algo (como el caso de la supresión de la UF que produciría descalabros a la hora del crédito). Por estos días --más precisamente mañana-se realizará un encuentro sobre la democracia y acerca de las medidas a adoptar para fortalecerla. Las más obvias no son difíciles de adivinar --la lucha contra la desigualdad, está entre ellas, o el logro de la seguridad--, pero de todas hay dos que son las más importantes y urgentes. Y las dos no requieren recursos ni diseños de políticas públicas. Se trata de exigencias éticas. Una de ellas es, desde luego, el compromiso con la razón. La razón es un mecanismo (que haya que recordarlo es una muestra del estado del problema) que nos permite comunicarnos y salir del encierro de nuestros intereses. Bien Evelyn Matthei se ha quejado, con una amargura disfrazada de rabia, por la campaña sucia que se ha desatado en su contra. Y tiene toda la razón. Es una vileza. Pero bien mirado, no es la única porquería que circula hoy en la esfera pública. Para apreciar la gravedad del asunto es imprescindible volver la atención acerca de lo que la democracia significa. En el ideal democrático, los ciudadanos se dan a la tarea de escoger quién y cómo gobernará. Y para ello escuchan las propuestas racionales que cada candidatura esgrime, disciernen de entre todas ellas la que juzgan mejor y, luego, le dan su apoyo en secreto al depositar su voto. Pero, claro, ese es solo un ideal. Un ideal de esos que Kant llama "regulativo", que tienen por objeto orientar nuestro discernimiento, pero que no describen nada efectivamente existente. Y, sin embargo, sirven para medir, por decirlo de alguna forma, la rectitud o torcedura de la realidad según ella se acerque o se aleje de ese ideal.
Pues bien, si juzgamos el actual momento político por la distancia que guarda con el ideal democrático (ese ideal regulativo al que se acaba de aludir), no cabe duda de que estamos alejándonos cada vez más de él. Veamos. Desde luego, las propuestas racionales son hoy día escasas.
De pronto se empiezan a sugerir cosas descabelladas o tontas (como la supresión, incluso parcial, de la UF); o se adoptan actitudes de mala fe u oportunistas o incluso odiosas Momento sucio CARLOS PEÑA La campaña sucia contra Matthei no es la única porquería de estos días.
Es urgente recuperar una vocación de veracidad cuando se participa del debate público o de la competencia política. mirado, el lenguaje y las razones que se pueden expresar en él es lo único a lo que podemos aferrarnos para sostener que tenemos un mundo en común. Maltratar el lenguaje y mentir a sabiendas, usarlo para zaherir al contrincante o para escamotear las intenciones propias, es negar ese rasgo que funda la democracia. La otra es una exigencia ética sin cuya satisfacción, siquiera mínima, la vida democrática se estropea y se envilece.
Se trata de esforzarse por transformar el juego político en algo parecido a un diálogo, donde se intercambian razones y puntos de vista globales acerca del modo en que debemos vivir y donde si no se guarda cortesía al adversario, al menos no se le injuria, ni se esparcen rumores infundados o injustificados que lo dañen.
Cuando faltan esas condiciones --y entre nosotros si no faltan del todo ya comienzan a escasear--, la campaña se ensucia, se enmugrece y adquiere una turbiedad que la aleja de ese ideal regulativo que llamamos democracia. Y este ideal es, claro, un ideal; pero eso no significa que sea inútil: sin él no sabríamos qué conducta es correcta y cuál no en el debate político. n.