La Mano
La Mano LA PETITE HISTOIRE_ La Mano Por_ Loreto Casanueva Se Se extiende solidaria, empuñando una taza o un lápiz, y a veces sola, danzando en el aire cuando acompaña lo que pronuncia la voz. Esa, y tantas otras acciones, son las que emprende con una voluntad que parece propia, desde hace milenios. milenios. Pero la mano no siempre fue así. La mano tiene historia, una historia larga. Su evolución comenzó hace 70 millones de años, en la era de los primeros primates.
Hace unos 2 millones de años, el horno genus se volvió bípedo: al caminar sobre sus piernas, sus manos se liberaron de la función de locomoción y se transformaron en herramientas en sí mismas que permitirían, más tarde, confeccionar confeccionar otras. Con la liberación de la mano se liberó también la boca, acostumbrada antes a acarrear objetos.
En su delicado «Elogio de la mano» (1934), el medievalista Henri Focillon alaba la versatilidad de este órgano capaz de tanto con tan poco, rememorando su prehistoria y revisando su gracia en la obra de Rembrandt y Hokusai, entre otros artistas. “En ciertos lugares es de mal gusto expresarse a la vez con la voz y con ademanes.
En otros se ha conservado intensamente viva esta doble poética que traduce con exactitud un estado primitivo del ser y el recuerdo de sus esfuerzos por inventar nuevos modos”. Desde que existe, la mano habla con sus propios movimientos, pero sobre todo nos hizo hablar, nos hizo crear el lenguaje que se dice, que se canta, que se inscribe. La mano nos hizo humanos. Roland Barthes, otro abanderado de la mano, la puso en el centro centro de muchas de sus reflexiones, en especial cuando trata sobre la escritura. “Es un gesto manual”, afirma, “opuesto al gesto vocal”. Con ella, registramos desde antiguo señales que triunfan sobre el tiempo, el olvido, el error y la mentira. Verba yo/ant, ser fpta mdnent (“las palabras vuelan, lo escrito queda”). Las primeras tablillas de arcilla, confeccionadas en Mesopotamia hacia el 3.200 a.C., eran cóncavas, más cercanas a un cuenco que a una tabla.
En su forma reposa la memoria de su confección, de la palma que la modeló, mientras que su misión como soporte se activa cuando una mano la sostiene y la otra traza signos sobre ella, con un cuño. La escritura escritura cuneiforme dejaba marcas parecidas a pequeños rasguños. Seguramente, antes que la mano en su plenitud y que cualquier otro instrumento de escritura, la uña fue el primer punzón. La historia de la grafia y del libro, desde su modo más arcaico arcaico hasta su versión digital, ha sido empujada por las manos.
Es probable que con uno de tus dedos estés siguiendo lo que escribo en esta revista de papel, o deslizando sus páginas en tu celular, de arriba abajo (lapanera. cl/web/). Yad, palabra hebrea que quiere decir, literalmente, “mano”, es también el nombre que recibe un pequeño puntero generalmente de plata con el que se orienta la lectura de la Torah, sin necesidad de tocarla, para evitar su contaminación.
Lleva en su punta una mano en miniatura miniatura con el dedo índice elevado, muy similar a las manículas que recorren los márgenes de tantos códices de la Edad Media: ambos ambos son objetos y dibujos que insisten, llaman la atención sobre un pasaje, expresan la importancia radical de la mano cuando algo se nos comunica o somos nosotros quienes comunicamos. Muchos de esos usos permanecen en las decenas de ernojis que tipeamos para expresarnos: manos que saludan, que aplauden, que aprueban, que saludan. Hay primeros dueños y segundos dueños, por tanto, segundas manos. Al menos en Europa, el comercio y trueque de ropa “de segunda mano” surgió hacia 1300 y consistía en el apilamiento de trajes en las plazas aledañas a los mercados.
En el siglo XVI, Pieter Brueghel el Viejo pintaba «El vino de la fiesta de San Martín». Mientras una multitud se apretuja para beber, San Martín de Tours, a la derecha de la pintura, corta por la mitad su capa de soldado para darle una parte a un mendigo semidesnudo semidesnudo que le pide protección. Justo al otro lado, en la esquina inferior izquierda, alguien yace boca abajo, quizás borracho. En la espalda de su camisa blanca hay una mano marcada.
Puede ser una mancha de tierra pero esa mano dicen los especialistas, es el testimonio de que esa prenda le perteneció antes a otra persona y que es probable que quien la viste ahora sea un indigente. La palma es el índice de la caridad, la misma del santo, la misma que bautizó las primeras tiendas de “segunda mano”. (. » relieve sobre piedra caliza. The Metropolitan Museum of Art, Nueva York. Pieter Brueghel el Viejo, «El vino de la fiesta de San Martín» (detalle), 1 566-1 567, temple de cola sobre sarga. © Museo del Prado, Madrid. Loreto Casanueva es profesora adjunta de literatura universal en la Universidad Finis Terrae, y Dra. en Filosof la, mención Estética y Teoria del Arte de la Universidad de Chile. Es fundadora y editora del Centro de Estudios de Cosas Lindas e Inútiles (CECLI), plataforma dedicada a la investigación y difusión de la cultura material..