Autor: GENARO ARRIAGADA
El INBA: mi gratitud
El INBA: mi gratitud Señor Director: En 1954 entré al Barros Arana.
En ese tiempo, aunque con algunos anuncios de lo que luego sería su decadencia, el INBA tenía una infraestructura que hoy es difícil imaginar, al menos en un colegio fiscal: una biblioteca de dimensiones notables para un colegio; dos gimnasios; una piscina temperada; una cancha de fútbol, aunque de tierra; un laboratorio de química y otro de física; un pabellón de dibujos y otro de trabajos manuales; una sala de ajedrez; un cine; una cancha de tenis; su propia enfermería; una radio que administraban los alumnos; una sala de correo; un puesto de venta de diarios y revistas. Tengo una enorme gratitud por mi colegio, por sus profesores a los que respetábamos y a muchos admirábamos. Alumnos, inspectores y profesores teníamos orgullo de ser parte de la educación pública, de la calidad de su enseñanza, formación, su espíritu de tolerancia.
En el INBA nos mezclábamos adolescentes provenientes de todas las clases sociales, de hogares ricos y pobres; hijos de altos funcionarios del Estado o de empresarios, muchos provenientes de provincias y todo ello en un establecimiento que, de haber existido los rankings que décadas después se hicieron famosos, habría figurado en los lugares más altos de la pirámide educacional. Comparto el dolor del INBA, de los adolescentes heridos, de sus padres y profesores. Pero sería agravar esas heridas si el asunto lo redujéramos al hecho policial, a la nostalgia o a una declaración contra la violencia. Este ha sido un llamado a asumir que estamos frente a una profunda crisis de la educación pública, acumulando injusticias y segregaciones. Reiterar lo ya sabido: que las sociedades que abandonan la educación pública cometen un gigantesco error, si no un delito contra ellas mismas..