Autor: La crítica de Pedro Gandolfo
SEÑAL DE LA CAÍDA DE LOS SOLES
SEÑAL DE LA CAÍDA DE LOS SOLES La poesía de Emily Dickinson es un sistema complejo e intricado de significados que se desplazan por variadas temáticas, pero que mantiene una forma semejante. El puro análisis de contenidos, si ello fuera pertinente, la convierte en inabarcable, por lo multifacética, y acaso extravíe parte de su identidad. Sin embargo, la impresión que deja en el lector, sea cual sea el asunto que se aborde, es la de una secuencia de fulgores, sollozos e irónicas miradas. En la vasta crítica que ha generado su obra, el tópico de la dificultad aparece con frecuencia. Pero esa dificultad se constituye como tal solo si aplica al discurso poético la lógica de la prosa más llana. El pensar que fluye por estos versos se concatena, en cambio, a través de imágenes, sonidos, ritmos, y su brillo y concreción semejan fogonazos que estallan en medio de la oscuridad. Su poesía, así, tiene un cuerpo vehemente y tembloroso a la vez.
Un ejemplo puede servir más que nada: “Mucha locura es divina Sensatez-/para un Ojo perspicaz-/ Mucha Sensatezla Locura máxima-/Esta mayoría-/En esto, como en Todo, se mantiene-/Asientey eres sensata-/ Disiente -eres demasiado peligrosa-/ Y manejada con una Cadena-”. La primera impresión se concentra en la forma que siempre tiene una carga poderosa en su lectura. Comparado con las formas poéticas dominantes en su época (vivió entre 1830 y 1886), su poetizar tiene una textura formal anómala: parece una poesía escrita cien años después. Es una adelantada, una visionaria formal, lo cual la hizo influir poderosamente en la poesía estadounidense del siglo XX. En el poema transcrito concurren varios de los rasgos de esa “nueva forma”: el uso del guion y de la mayúscula son las más visibles. La paradoja es otro. Se ha especulado demasiado sobre sus sentidos, pero está fuera de toda duda que la superficie sonora y visual de sus versos no es tranquila, sino encrespada, palpitante y nerviosa. Además de la pausa que se genera al pasar de un verso al otro, se suman a la respiración del poema los guiones y la multiplicación de las mayúsculas que separan, enfatizan y lucen. El poema se aparta bastante de la imagen poética que la crítica formuló de ella a partir de una interpretación de su vida que se replicó hacia su poetizar. Quien habla en este poema no es un sujeto débil, frágil y aislado. Tampoco parece un individuo lloroso, triste y quejumbroso, aunque lo sufriente tiene un papel innegable en su obra. El verso final del poema semeja algo risueño y, desde luego, sarcástico. Una de las dificultades mayores de su poesía, precisamente, no es tanto inteligir qué dice en lo que puede quedarse alguna lectura, sino en el tono en que lo dice.
En este sentido, resultan iluminadoras algunas lecturas contemporáneas que se detienen a captar su sentido del humor, que ya aparece poderosamente en sus cartas (aunque de otra manera). En esta inteligente selección de poemas hay varios en que ese humor surge de modo nítido, pero en todos puede percibirse un fluido espeso no otra cosa es el humor en su sentido más prístino que los recorre y les da consistencia.
Aquella dificultad emana, entre otros elementos, del uso omnipresente de distintas clases y niveles de ambigüedad, desde las más simples a las más complejas, según la conocida dilucidación llevada a cabo por el crítico William Empson. El poema citado es el menos ambiguo de la colección editada. Ello conduce a preguntarse por qué Dickinson optó por ser tan unívoca cuando se trata de poetizar rebeldemente sobre el poder y la dominación.
Otro poema puede comunicar con una tonalidad diferente de su poesía: “La belleza no se crea Es-/Persíguela y se detiene-/no la persigas y permanece-//Atrapa los Pliegues// En el Prado -cuando el Viento/ cuela sus dedos a través de él-/La Deidad se encargará/Que Tú nunca lo hagas. En el poema, como suele ocurrir cuando habla de dios o la naturaleza, adopta un tono sentencioso, iluminado y enigmático. Es, en alguna medida, una aproximación a la realidad, que recuerda, condensada, la filosofía de los antiguos presocráticos.
La crítica ha demostrado que es un error considerar a Dickinson como una poeta ingenua que, encerrada en una pequeña habitación, crea su poesía desde la nada: se inserta en una tradición, era una gran lectora y en sus versos resuenan, siempre de soslayo, la presencia de otros autores. La edición es bilingüe, lo cual hoy es un lujo, pero que en este caso es sustancial. La traducción y selección estupendas fueron hechas por Eliana Ortega y Soledad Fariña, con un excelente y lúcido prólogo de la primera. La traducción sigue la línea literal de los poemas, lo cual se agradece. En resumen, La verdad de soslayo un título muy indicativo es una muy buena edición de una poeta simplemente maravillosa. Comente en: blogs. elmercurio. com/cultura. Es un error considerar a Dickinson como una poeta ingenua que crea desde la nada: se inserta en una tradición, era una gran lectora y en sus versos resuenan la presencia de otros autores. LA VERDAD DE SOSLAYO Emily Dickinson Ediciones UDP, 180 páginas, $16.000 POESIA