Autor: Daniel Rozas
“Un idiota es alguien que no capta la dimensión comunitaria que tiene el sistema político”
La escritora española, que ha vendido más de un millón de libros, estuvo en Chile para participar en el ciclo «La Ciudad y las Palabras» y «Puerto de Ideas Valparaiso». “Todo lo que tiene que ver con el deterioro del lenguaje y del debate público, acaba teniendo consecuencias en formas de violencias”, dice.
Rene Vallejo es una mujer introvertida que ascendió a la fama literaria en 2019, a la edad de 40 años, con la publicación de su ensayo «El infinito en un junco» (Siruela). Este trabajo, que explora el mundo clásico y la invención de los libros, la consolidó como la escritora más destacada de la actualidad en España, Autora de un bestseller que ha superado el millón de copias vendidas en todo el mundo, la obra de Vallejo ha sido traducida a más de cuarenta idiomas, permitiéndole a esta filóloga recorrer el planeta dando conferencias sobre literatura. No obstante, el camino hacia el reconocimiento público ha sido arduo. Antes de publicar el libro que la hizo célebre, publicó novelas y relatos infantiles que tuvieron escasa repercusión mediática.
Su vida, además tuvo marcada por calvarios personales: al igual que Philip Roth en «Patrimonio», Vallejo tuve que cuidar a su padre cuando enfermó de cáncer, lo que la llevó a abandonar su carrera académica, y luego vino el nacimiento de su hijo Pedro, quien nació con problemas respiratorios y pasó años internado en el Hospital Miguel Servet de Zaragoza. La infancia de Irene estuvo marcada por el acoso escolar, ya que era hija única de padres divorciados en el contexto donde los valores conservadores del franquismo eran moneda corriente. A pesar de ser considerada un bicho raro por sus compañeros, Vallejo optó por guardar silencio, dedicarse al estudio y refugiarse en las palabras.
Sensible y buena conversadora, con formación en Zaragoza, Oxford y Florencia, Vallejo, de paso por Chile como invitada al ciclo «La Ciudad y las Palabras» (de la Facultad de Arquitectura UC) y al Festival Puerto de Ideas de Valparaíso, cuenta que su padre, inicialmente un cambió su perspectiva tras conocer la realidad política del mundo soviético y cubano, desencantándose de la utopía marxista. Sostiene que el desengaño ideológico de su papá —que le leía «La Odisea» de Homero antes de dormir— dejó en ella una marca imborrable, impulsándola hacia el reformismo. Reacia a las fantasías políticas y las demagoglas, piensa que es mejor “un proceso más lento, más gradual, que exige más paciencia, más renuncias. Al final en eso consiste la democracia. Construir ese engranaje de pactos que nos permite vivir juntos en una comunidad. Y no en una especie de bandos en lucha permanente de clanes enfrentándose”. “No se debe idealizar ningún proceso político” —En tu casa existía un ambiente pol zado, antifranquista. Vivimos malos tiempos para la democracia. Las encuestas hablan de muchos ciudadanos dispuestos a aceptar gobiernos autoritarios en Chile y el mundo.
En «El futuro recordado» (Debate, 2023) escribes que el atractivo de la mano dura parece crecer entre aquellos que nunca la han experimentado. ¿Piensas que el modelo democrático liberal está en riesgo? —Yo creo que el sistema democrático liberal está en riesgo siempre.
Es un sistema deIrene Vallejo: Creo que es más arriesgada la opción de confiar en el acuerdo que en la fuerza”. En el momento en el que las humanidades tienden a ser desalojadas de los sistemas educativos, empieza la crisis de la democracia”. licado, frágil, y que, entre los griegos que lo inventaron, fue breve. Creo que es más arriesgada la opción de confiar en el acuerdo que en la fuerza. Una sociedad debe construirse y tomar sus decisiones en función de acuerdos, de pactos, de equilibrios, de contrapesos, y no en el poder dela fuerza, de la autoridad y de la imposición. Por eso me parece importante defender la fragilidad meritoria del sistema liberal y de la democracia.
Los antiguos usaban el término griego idiota, que no era sinónimo de ser estúpido, para referirse a las personas que solo se ocupaban de lo propio y no se involucraban en el ámbito comunitario que es la política. Un idiota es alguien que no capta la dimensión comunitaria que tiene el sistema político. Hay que involucrarse, porque si solo lo vives pasivamente, entonces, como decía Aristóteles, vendrán los granujas, gobernarán y no podrás quejarte. —Aristóteles hablaba de la perversión demagógica. A tu juicio: ¿ cuál es el riesgo del populismo? —Él decía que cada sistema tenía suriesgo propio. En el caso de la democracia ese peligro es la demagogia. El demagogo es quien promete protegernos de los enemigos.
A mí me pareció una reflexión interesante: cómo la demagogia es el peligro concreto de la democracia y es algo frente a lo cual tenemos que estar atentos y creo que tiene mucho que ver con nuestro sentido crítico para valorar los discursos. Los griegos inventaron la retórica y ese es un estrato superior de la lectura. La lectura no es algo que aprendamos en el colegio de una vez y para siempre. Sino que, como lectores, nos vamos haciendo más complejos con el paso de los años, y más capaces de identificar las falacias de un discurso.
Y ese tipo de madurez lectora es lo que creo que hace falta para desmontar los mensajes demagógicos. —En Chile se publicó este año una encuesta en la cual el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, aparece como uno de los políticos más admirados por la población chilena. ¿Cómo lees esa información? —Que los momentos de mucha polarización y tensión interna de las sociedades hacen que muchas personas ansíen la utopía del orden. Es el anhelo por un gobernante providencial que nos salve de todos los peligros y nos proteja como un padre. El enfrentamiento y la polarización favorecen posiciones fanáticas, autoritarias. Favorecen a los extremos. Y frente a eso, el centro más dialogante entiende que la democracia es un sistema en el que muchas veces nadie queda totalmente contento porque es insatisfactorio. Porque nadie puede imponer totalmente sus deseos ni sus aspiraciones. La virtud está en el punto medio de Aristóteles. Él decía: qué difícil es estar en el centro, en el aurea mediocritas.
Y eso lo dice porque nos bombardean desde los dos extremos. —¿ En qué lugar político te sitúas tú? —Yo soy una hija de la democracia porque tengo prácticamente la misma edad que la democracia de mi país. Mis padres crecieron en la dictadura y en la universidad formaron parte de los movimientos estudiantiles contra Franco. Y por eso mi padre, cuando se recuperó el derecho al voto, siempre lo celebraba en un restaurante. Respecto a los libros —que es mi tema de investigación— también hay un sustrato, porque muchos libros estaban prohibidos durante la dictadura franquista. No se podían leerlos clásicos.
Para mí, por esa experiencia familiar, me parece muy importante defender el diálogo y las libertades que yo estrené y que me han ayudado a vivir de una manera totalmente distinta a como vivieron mis abuelos y mis padres. —¿ Valoras el proceso político de la transición española? —Valoro el esfuerzo que se hizo para transformar la sociedad, para incorporarnos ala Unión Europea, para modernizar el país, y creo que se construyó una sociedad que me ha dado oportunidades extraordinarias: la educación pública, las becas, la sanidad pública que ha cuidado a mi hijo. Todas esas conquistas las valoro enormemente. Y aunque creo que no se debe idealizar ningún proceso político o histórico, intento reivindicar lo que me parece valioso y que está en peligro ahora. Hoy están en peligro muchas cosas que dábamos por sentadas, incluso en democracias más veteranas. Estuve hace poco en Estados Unidos y las bibliotecas públicas se están enfrentando a intentos de retirar libros, a la censura, a la cultura de la cancelación. Son fenómenos inquietantes. Hay que 'star muy atento a esas manifestaciones porque todo lo que tiene que ver con el deterioro del lenguaje y del debate público, acaba teniendo consecuencias en formas de violencias. “Las refundaciones son imposibles” —La transición chilena fue considerada por muchos años un proceso ejemplar. Sin embargo, con el paso del tiempo, las insatisfacciones ciudadanas originaron un estallido social en 2019. Luego se intentó impulsar una constitución refundacional que la población rechazó. También se quiso suprimir el pasado de nuestra historia a través de la iconoclasia. ¿Qué opinas de los afanes refundacionales? creo que las refundaciones son imposibles porque no puedes eliminar el pasado.
Entiendo que pueda ser un deseo de personas que han sufrido mucho y que quieren decir “tabla rasa, empezamos de nuevo”. Pero en la realidad es imposible porque arrastramos nuestro pasado. —Marguerite Yourcenar decía en un libro de entrevistas: “No idolatro las revoluciones.
Terminan produciendo reacciones, más virulentas todavía, y es casi inevitable que se estanquen también en sociedades funcionarizadas, jerarquizadas, y acaben en los “gulags'. Son las reformas, y no las revoluciones, las que mejoran el mundo”. —Yo me considero más reformista querevolucionaria. Mi padre fue comunista en sus años universitarios porque el Partido Comunista era el que entonces canalizaba la oposición a la dictadura española.
Pero cuando conoció todo lo que había sucedido en el mundo soviético y en Cuba, vivió una sacudida histórica terrible que le afectó muchísimo en su vida personal y recuerdo haber vivido con él ese proceso de decepción por la evolución represiva que habían tenido esas ideas en la que él había creído, y por las que había arriesgado tanto. Entonces la consecuencia de haber vivido ese proceso al lado de mi padre me ha convertido en reformista. Creo que es bueno que los avances sean más graduales pero más estables y que busquemos la forma de crear los mayores consensos posibles porque en definitiva somos comunidades.
Y a veces los intentos de transformar radicalmente la situación, producen una violencia de respuesta que hace fracasar todo y hunde el proyecto. —En «El futuro recordado» escribes que vivimos en una época de culto a la juventud. ¿ Cuál sería el costo sociopolítico de postergar el valor de la experiencia? es un problema esto del edadismo. Es un culto muy superficial a la juventud porque en muchos aspectos se valora solamente su frescura e inexperiencia.
Es un problema que tenemos y quizás es el problema contrario al que vivía la antigiedad, en tiempos de los griegos y los romanos, que eran sociedades muy reacias al cambio, que apoyaban todo en la tradición. Entonces son movimientos pendulares de la historia en los que parece que vamos de un extremo al otro.
En «El infinito en un junco» estoy defendiendo esa experiencia que encarnan los libros a través de los siglos y cómo podemos aprender de situaciones que nos parecen nuevas pero que, en realidad, no lo son. Cuando estudias la historia te das cuenta de que pocas veces algo es nuevo como solución. En general ya se ha pensado o ensayado anteriormente.
Y de todas esas experiencias podemos sacar lecciones para entender las complejidades de la realidad. —La palabra electoral lleva dentro la palabra lector. ¿Crees que el deterioro de las humanidades va en paralelo al menoscabo de la democracia? —Totalmente. Creo que, además, son crisis que han comenzado en paralelo, cronológicamente. En el momento en el que las humanidades tienden a ser desalojadas de los sistemas educativos, empieza la crisis de la democracia. Para mí, está totalmente unido. De hecho, hay filósofas como la norteamericana Martha Nussbaum, que defienden que las humanidades son esenciales para la educación del ciudadano democrático. El arte y las humanidades nos ayudan a herramienta del lenguaje que es esencial para todo. Para entender los intereses ocultos detrás de los discursos políticos, los argumentos y los mensajes que nos bombardean desde las redes. Todo eso es información que hay que desactivar con esa herramienta que es el lenguaje. Y eso hay que desarrollarlo a través de la lectura, de la filosofía y la historia. Son disciplinas que no tienen una utilidad clara, una ganancia económica inmediata, pero que tienen que ver con intangibles que afectan la calidad y la salud de la democracia. Soy una gran defensora de esas asignaturas que en estos momentos están siendo cuestionadas desde todos los ámbitos. No creo que tengamos que separar las ciencias y las letras. Creo que las humanidades las incluyen todas, y que esta especie de divisiones u oposiciones entre tecnologías, ciencias, y humanidades son artificiales.