Mis amigos marinos
Mis amigos marinos AGENCAUNOlúnico vínculo “consanE guíneo” que tengo conla Armadase produjo en 1914, cuando mi padre, alos 14 años, después de haber perdido a su progenitor y quedar con una madre que tenía seis hijos y esperando el séptimo, tomó la decisión de ingresar a la Escuela Naval. La experiencia no duró mucho, puesse retiró en tercer año. Pero ese breve lapso lo marcó para toda la vida, pues susrecuerdos del viejo edificio de Playa Ancha -hasta el día de su muerteeran constantes. Con los años, cuando me vine a Viña del Mar para esen1957 tudiar Derecho en la UCV, conocí un númeroimportante de cadetesnavales. Era una época en quelas niñas delos últimos años de las Monjas Inglesas y Francesas de Viña hacían “bailoteos” los sábados. Lógicamente, a ellos asistían cadetese hice buena amistad con algunos de ellos. Ahí conocí de cerca a Krumm, Dilhan y Keitel, los que fueron atletas de nota no sólo en Chile, sino también en elcontinente. Pasó un largo tiempo que no tuve cercanía con marinos hasta que ingresé por concurso público al Ministerio de Relaciones Exteriores. En las diferentes destinacionesenelexterior trabé cercanarelación con los miembros delas agregadurías navales. Entreotros, cuando mede-sempeñaba como segundo de la Embajada en Washington, enla Misión Naval «que estaba ubicada en el mismo edificioteníala igual posición elentonces capitán de navío Miguel Á. Vergara, quien con los años llegó a ser un brillante comandanteen jefe. Esa amistad la he incrementado con el tiempo y hoy puedo decir que es uno de mis más cercanos amigos. Pero lo que merece un párrafo aparte esla emoción que se tiene cuando como diplomático chileno se recibe en el exterior a la Esmeralda. Es un sentimiento dificil de explicar. Ahora, cuando eso acaece en los momentos en que uno se desempeña como embajador, sólo interrumpidos por el ruido que producían los cubiertos ensu contacto conel plato. En un determinado mo-mento el arzobispo leyó la tarjeta del teniente que indicaba que su nombre era Raúl Silva. El prelado, en medio del silencio imperante, le consultó si era pariente del entonces cardenal Raúl Silva, a lo que el joven marino contestó afirmativamente.
Luego el arzobispo le preguntó por el grado de parentesco que tenía con el cardenal, alo queeloficial respondió escuetamente y enalta voz “hijo”. Enseguida se produjo unsilencio absoluto alrededor dela mesa, durante el cual Sil va fijó su mirada sólo en su plato. Presentía quetodos los ojossehabían posadosobreél, muy en especial los del almirante.
Pasaron unos cinco segundos que fueron eternos, cuando el propio monseñor Piñeralo interrumpiócon una sonora carcajada e inició la narración de cómo un abogado de Concepción, después de haber quedado viudo y con todos los hijos mayores, ingresó alseminario. Se hizo sacerdote y luego fue obispo. A continuación de dicha acotación el ambiente se descomprimió absolutamente y el almuerzo setransformó enuna reunión de animada con-versación. Durante el resto del ágape, Raúl guardó absoluto silencio y esquivó los ojos de su jefe. Terminado el almuerzo el almirante, seguido de Silva, se instalóenelportalón para despedir a cada una de las autoridades. Finalizada esa especie de ceremonia y cuando la últi made aquéllas se alejaba, elalmirante se dio vuelta y mi jamente a su teniente, dicién-dole: “Estuviste a centímetrosdeirteparalacalle”, Eseerami estimado amigo Raúl Silva. Deseo terminar estas líneas rindiendo un homenajea todos Josmiembros dela Armada por sutrabajo tremendamente efi ciente y silencioso en favor Chile. Ellos son dignos de vestir el azul uniforme conque Pratenla rada de Iquiqueofrendósu vida s porlapatria. esa emoción llega a nivelesinimaginables.
Al momento de bajar el portalón y estando todala tripulación perfectamente formada-encabezada por su comandante-, el embajador sube al buque y se detiene en la mitad de aquél, instante en que la banda toca el himno nacional. Tuve esa experiencia en reiteradas oportunidades y no me avergilenza reconocer que enesasocasiones no pude contener laslágrimas. Pero hay una de aquéllas que me merece especial mención. Desempeñándomecomo embajador en Japón fue a Tokio, aunaimportante cita dejefes navales del Pacífico, el CJA dela época, almirante Miguel Á. Vergara. Ello acaeció justo cuando arribó a ese puerto la Esmeralda.
En los instantesen que como embajador se verificólaceremonia derecibimiento más arriba narrada, quien estaba al final del portalón para darme la bienvenida era el propio CJA, teniendo a sus espaldas al comandante de la nave, el entonces brillante ca tán de navío Enrique Larrañaga, oficial quecon losañosocupó el cargo de comandante enqueresultó un éxito total. Hace unos días se verificó enel Club Naval de Campo de Las Salinas un magnífico almuerzo organizado por la Liga Marítima con motivo de que esa señera institución cumplía110 años de existencia. DichaLiga, por másde unsiglo, aúna aun conjunto de personas cuya única preocupación es Chile y su mar, y lo haceen forma excepcional. Aquél fue un gran almuerzo que contó con la participación del actual CJA, almirante Juan Andrés de la Maza. Gracias a la gentileza de su actual presidente, mi amigo el ex CJA Edmundo González, fuiinvitadoaser parte de ese ágape. En el aperitivo sostuve una grataconversación con un contral-mirante, a quien no identifiqué. Al consultarlesobrecuándo había estado embarcado en la Esmeralda, me dijo que dos veces. La primera como guardiamarina, siendo su comandante el entonces capitán de navío Felipe Howard, y la segunda siendo teniente. En esaocasión tuvo como comandante al capitán de navío Raúl Silva. En ambas ocasiones yo había recibido al Buque Escuela en micalidad de embajadoren Nueva Zelanda.
Como se comprenderá, tuvimos una entretenida conversación llena de recuerdos, en especial de la segunda visita, cuando la nave arribó por primera vez en la historia al puerto de Christchurch y donde en la fiesta a bordo participaron hermosas niñas que eran todas estudiantes a modelo. Destaco la silenciosa alegría personal que sentí que un novato guardiamarina aquien recibíen Wellington sea hoy contralmirante. Nos detuvimos en la personalidad del entonces comandante Raúl Silva, con quien traestrecha amistad. bé una Aquél, posteriormente y sien-do vicealmirante, debió retirarse de la Armada debido a un cáncer que terminó con su vi-da. Valga para su familia el consuelo de que su hijo mayor -que es un verdadero clon de su padrehoy ostenta el grado decontralmirante. Entre lasmuchas anécdotas deRaúlle conté a miinterlocu-omitir. Era teniente embarcadoen el buque insignia de la Escuadra que recaló en Coquimbo. El almirante que la comandaba organizó un concurrido almuerzo a bordo en honor de las autoridades regionales. El día previo ese evento llamó a Silva y le ordenó quelo quería teneren la mesa, pues el siempre deseaban ocasionescomo aquella tener un oficial de baja graduación porsi se producía algún imprevisto. Eldía delágape empezaron allegar las autoridades delazona, entre ellas el gobernador regional, general Serre, yelarzobispode LaSerena, don Bernardino Piñera. Lo que nadie sabía a abordo era que ambos ni siquiera se hablaban, lo que hizo que el aperitivo fuera de una gran tirantez. Pasados a la mesa, donde cada comensal te"nía una tarjeta escrita por ambos lados, los silencios fueron eternos, lo que llevó alalmirante a tratar de romperlos contando cómo habíasido la navePero nada. El ambiente gación. seguía igual y era para cortarlo con cuchillo. Lossilencioseranron muchas. La visita del bu-. POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO jefe. Ese día las lágrimas que corrieron por mis mejillas fue-