Autor: Por MARÍA CRISTINA JURADO. Fotografias: SERGIO ALFONSO LÓPEZ
“NOS ENCONTRAMOS Y NOS SEGUIMOS ENCONTRANDO TODOS LOS DÍAS”
Cumplieron 55 años juntos y aún se miran a los ojos. Como maestros, docentes y creadores, ella de cine y él de grabado y color, Vega y Vilches son un orgullo para Chile. Aquí repasan su deslumbre inicial, su vida, sus dolores, su legado, y dicen que están preparados para la muerte. “Estamos listos, uno tiene paz.
No tenemos ningún pendiente”. Omo si no hubiese ganado el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2019, como si no tuviera 88 años aún creando, como si no gozara del prestigio de ser uno de los grandes maestros del color y del grabado en Chile, sentado en el banco de su terraza de 1922 y frente al jardín enmarañado que él mismo cultiva, deja caer sus palabras con los ojos de un niño: ¡ Hoy abrió la flor de la pasionaria! Las nuestras son rojas y duran un solo día.
Me acuerdo de mi mamá, que siempre hablaba de la flor de un día. ¡Claro que todavía falta para que abran más! Para el maestro y grabador Eduardo Vilches, el tiempo no ha pasado en vano.
Sentado junto a su mujer de medio siglo, la experta en cine y documentalista Alicia Vega —otra maestra y un nombre emblemático en el arte nacional por su monumental obra en investigación y docencia del séptimo arte—, recorre sus caminos de una vida, Ambos se labraron una carrera que debutó temprano y, sin buscarlo, llegaron alto.
Joven, Vilches alcanzó el prestigio internacional con sus xilografías en blanco, negro y azul —que siempre hizo Pacientemente a mano, con una cuchara de madera y una gubia—, en paralelo a la docencia universitaria que, hasta 2019, ejercía en la Universidad Católica. Multipremiado en Chile y el extranjero, en los años 80 pasó del grabado a la fotografía, una pasión que no abandona y que considera otra veta de la misma técnica. La gran obra de Alicia Vega, docente universitaria y escritora, fueron sus 30 años de talleres de historia y técnica cinematográfica —a través de juegos— para niños de poblaciones. Los financió con sus premios Fondart y el aporte de embajadas, iglesias y centros culturales, porque nunca tuvo medios propios ni respaldo estatal. Así alcanzó a 6.500 niños —que vieron 80 películas, muchos de ellos por primera vez—, un trabajo que quedó plasmado en el documental “Cien niños esperando un tren” (1988) de Ignacio Agúero. En paralelo, escribió dos libros sobre cine, considerados puntales en el desarrollo e investigación en este arte. Y ahora, a sus 89 y en plena pandemia, concluyó los tres Tomos de sus “Cuadernos de Alicia Vega”, que resumen su legado y exponen la metodología en sus talleres infantiles entre 1985 y 2015. Los escribió a mano, porque su máquina Olivetti está descompuesta y se entiende poco con internet, dice con sencillez. Su proyecto editorial será publicado por Ocho Libros y está a cargo de la Fundación Alicia Vega, creada para proteger y difundir su obra. Vega y Vilches han hecho todo a pulso, con porfía, con obsesión. Por eso, dicen, no tienen paciencia con creadores que se quejan de la falta de ayuda gubernamental y defienden a la ministra de Cultura, Consuelo Valdés. “La cultura está viva. Y el artista debe hacerse responsable de los dones que tiene, debe buscarse los caminos para realizar su obra”, dice Alicia Vega con una voz que no ofrece concesiones. Después de medio siglo de convivencia, ambos están de acuerdo en casi todo. No han parado de conversar desde su primer encuentro en 1964, cuando recién Pasaban los 30. —Cuando yo conocí a la Alicia, me di cuenta que podía vivir toda la vida con ella. Fue una cosa instantánea, nos conocimos en el 64 y nos casamos el 65. Yo estaba en el taller de arquitectura de un amigo cuando apareció la Alicia. Me encantó porque se reía mucho. Tenía una risa fácil y en mi casa era todo muy dramático siempre. Yo me preguntaba si tanta risa no era con un poco de malicia (se ríe). Además, me regalaba unas cajitas de cartón con dulces chilenos que los hacía ella. Eduardo se impactó con la forma de ser de esta experta en cine: —Me gustó mucho su sencillez. Era una persona sencilla, sin complicaciones, nada de frívola. Y al mismo tiempo era entretenida, porque no era grave. Las cosas que le interesaban también me interesaban a mí y todo fue muy natural. Compartíamos el arte: uno creando, el otro observando. Para ella el flechazo fue igual, pero por otras razones. —Lo encontré muy equilibrado y apuesto. Nos pusimos a pololear al tiro. Me di cuenta de una cosa que para mí fue muy clara. Y es que él hacía clases en la Universidad Católica, además de su trabajo como artista. Inmediatamente pensé que vendiera o no vendiera, él vivía de su plata de profesor. Y pensé que era un buen futuro, porque él no estaba en una carrera por ganar más plata. No era alguien con meta ambiciosa, de estar siempre escalando. Me gustó porque era la forma de vida que yo tenía. Una cosa estable y tranquila, en que toda la imaginación y la inventiva la pones en ir mejorando cómo haces todo. No en ir escalando en la carrera ni en ser gerente de nada. Se casaron en la iglesia Santa Ana y con un desayuno privado a los seis meses de conocerse y no aceptaron fotógrafos que interrumpieran la ceremonia. Con los años nacieron los hijos: Manuel, músico y quien vive en Buenos Aires, y la arqueóloga Flora Vilches. La pareja siempre ha sido muy cercana a sus niños. —Ustedes debutaron con tragedias tempranas. Alicia tuvo tuberculosis a los 17.
Y de niño, Eduardo perdió a su papá y su hermanita de seis años murió bajo un muro en el terremoto del 39. ¿Cómo les influyeron estos episodios? Alicia toma la palabra: —Los años que pasé en cama, cinco, me sirvieron para saber que hay hechos que no se pueden elegir. Mi enfermedad me proveyó de paciencia: me di cuenta que estar en cama tenía un ritmo y que el día tenía una cantidad de horas que no se podía achicar ni estirar. Había que aceptar el tiempo. Y uno va cultivando la lectura, conversar, oír música, los ruidos, cosas que en la vida habitual casi no se perciben. Me ayudó para toda la vida. Cuando empecé a trabajar con niños pobres para hacerles talleres de cine, yo no tenía un centavo y elaboré un proyecto con lo mínimo. Y tuve la paciencia de buscar gente que me ayudara, sin perder nunca la ilusión de que se podía realizar. Eso me lo produjo la paciencia.
Para Eduardo Vilches fue un camino distinto, que lo marcó en sus emociones: —Tenía cinco años cuando murió mi papá, pero tengo “Cuando conocí a la Alicia me di cuenta que podía vivir toda la vida con ella. Fue una cosa instantánea”, dice Vilches sobre su mujer. “Los dos hacemos algo que nos gusta, tenemos un respeto mutuo por lo que cada uno hace, y eso lo hemos transformado en una familia”. Recuerdos muy vívidos. Él se llamaba Manuel, era bombero y murió en un choque de bombas. Y tenía siete cuando mi hermana Silvia murió, pero me acuerdo más de mi papá, he sentido su presencia siempre. Lo de mi hermana fue muy rápido. El día anterior estaba con ella, y al día siguiente no estaba y nunca más la vi. Y además estuvimos viviendo en la Plaza de Armas de Concepción una semana en una carpa, nuestra casa se cayó. Era todo caótico. —¿ Qué aprendió con esas muertes? —Aprendí a aceptar de una manera positiva. A mi papá lo eché de menos siempre. Mi madre se casó de nuevo y mi segundo padre fue muy generoso conmigo, me quiso mucho. Pero no era igual. Nunca dejé de acordarme de mi papá, siempre me ha hecho falta, y siento su presencia muy fuerte. La aceptación me ha servido para asumir todo lo que me ha sucedido en mi vida. No es fácil vivir. Nosotros somos gente de clase media, no hemos tenido herencia de parientes ricos, todo ha sido producto de nuestro trabajo. Alicia tiene cruzadas. “Siempre me ha gustado ponerle un techo a las cosas. De querer vivir una vida de persona corriente, sin metas de ganar mucha plata, sin ambiciones de viajar mucho. He ido sacándole provecho a lo que se va produciendo y mejorándolo. Eso me ha dado una gran tranquilidad y el estar contenta con el hoy. No tenemos expectativas que no se cumplieron. No haber ido a la India, por ejemplo. No hay frustración”. —Y si tuvieran que elegir un andamio sobre el que se ha cimentado su vida juntos, ¿cuál sería? Responde Alicia: —Yo creo que fue la autenticidad. Los dos hacemos algo que nos gusta hacer auténticamente y que nos gusta transmitir, tenemos un respeto mutuo por lo que cada uno hace, eso lo hemos transformado en una familia. Y hay algo que Eduardo nunca dice. Parte del atractivo que tuve cuando nos conocimos, es que yo había leído “La teoría del color” de Goethe por mi cuenta, y él se sorprendió mucho. Desde el principio lo nuestro fluyó. Nos encontramos y nos seguimos encontrando todos los días. Vilches: —Esa fue la base. A mí nunca me ha gustado subirme muy alto. Estudié pintura mural y cuando me tuve que Subir arriba, me di cuenta que yo no era para eso. Hice algunos murales y me decían que mi dibujo simple se prestaba para murales, pero no. La cosa segura, la firmeza está más abajo. Arriba, uno se puede caer y abajo jamás, también en las relaciones. TIEMPOS DIFÍCILES Amando el cine, Alicia eligió ser investigadora y docente. Y Eduardo privilegió 40 años de docencia Junto a su creación. —¿ Por qué formar discípulos les fue tan decisivo? —Porque nos tocaron tiempos difíciles. Estaban empezando las escuelas de cine y, ha ahí, para estudiarlo había que irse fuera. Y luego, con la dictadura, se fueron los artistas de Chile. Nosotros nos quisimos quedar, aunque a Eduardo le ofrecieron irse a México o a Inglaterra, dos universidades. Pensamos en nuestros alumnos y no quisimos dejarlos —reflexiona Alicia. Vilches agrega que ambos sintieron que no estaban en peligro y que nadie los molestaría ni menos atentaría contra su seguridad, porque nunca han militado. “Nosotros no estábamos metidos en política. Nos quedamos, pero comenzaron a molestarnos, nos llamaban por teléfono diciendo que nos fuéramos”. Alicia llamó a un cuñado abogado. Y cree que alguien intervino porque, de un día para otro, los llamados cesaron. El jefe de Eduardo en la UC también recibió presiones para despedir al artista. Permanecieron, pero la pareja recuerda que sintió mucho miedo durante años. A él le influía haber participado en un proyecto del rector Fernando Castillo Velasco para llevar el arte a poblaciones. Ambos sienten que en esos días vivieron el momento límite en su relación de 55 años. Ella cuenta: —El golpe nos aniquiló emocionalmente. Vimos mucha gente detenida desaparecida, niños de mis talleres con parientes desaparecidos y otros con padres torturados. Amigos que estuvieron 4 o 5 meses presos y salían con el pelo blanco. A nosotros nos impresionó mucho. Tuvimos que contener a mucha gente. Recibíamos a gente que llegaba a contarnos cosas terribles. Fue muy duro. Éramos profesores y conocíamos a mucha gente, a muchos alumnos. Alumnos a quienes sus padres no los entendían y a nosotros nos podían contar. Era gente joven que lo necesitaba. Ha sido la docencia para ustedes? —Nosotros hicimos un matrimonio en que Eduardo era artista y yo, profesora en la universidad. El también es profesor, pero un profesor-artista. (... ) Yo puedo preguntarle cosas a él que no sé.
Le muestro trabajos de los niños y me dice “esto es muy interesante”. También lo convidaba a los talleres y él le decía directamente a los niños lo que opinaba. ¡Pero ese niño no sabía que estaba con un maestro de la universidad! Todo era muy natural. Eso a mí me ayudó mucho. En todos los trabajos que he hecho, todas mis publicaciones, le pido su opinión.
Eduardo Vilches recuerda que fue artista por casualidad, así descubrió su vocación: —Trabajé seis años en una oficina de Grace and Company después que salí del colegio, estaba en ContabiliDad, (se ríe). ¡Pero yo las matemáticas era lo último que debí haber hecho! No me gustaban. En el único ramo del colegio que tenía un 7 era en dibujo, pero andaba súper perdido: nunca tuve como meta ser artista. Fue un amigo en Concepción que me dijo, cuando me vio desesperado en esa oficina: “Tú dibujabas muy bien en el colegio, ¿por qué no muestras tus dibujos”. Ahí empezó. Nací artista, pero no sabía. Yo miraba mucho desde chico y veía, retenía muchas cosas. También dice que considera a Alicia una persona sabia y creativa: en caso de duda artística, ella da su parecer. “Y coincidimos la mayoría de las veces. Yo soy bien selectivo, lo que finalmente imprimo lo he mirado mucho antes. Me cuesta elegir entre dos grabados, porque ya elegí antes de imprimir y es como optar entre dos hijos. Nos consultamos mucho”. La complicidad se ha extendido a todas las esferas. Vilches y Vega compartieron la vida doméstica desde el inicio de su matrimonio.
A su edad, ella cocina diariamente y él “hace las cosas de niña de mano”. No tienen ayuda ni en Santiago ni en la casa de Chiloé que construyeron en 1993 en el campo de Llau-Llao, a siete kilómetros de Castro. Allá salen al bosque juntos a buscar inspiración y trabajar. “Buscamos un lugar que estuviera a mano, porque ninguno de los dos sabe manejar, nunca nos interesó. Allá tenemos un radiotaxi que nos lleva a Castro a las compras. Compramos azúcar, harina”, dice ella. Antes de la pandemia ya habían inaugurado la modalidad de pasar seis meses en Santiago y el resto en Chiloé. El campo chilote los nutre.
Su casa está cerca del aeropuerto: desayunan en Ñuñoa y almuerzan en Llau Llao. —ó¿ Han pensado en la muerte en esta pandemia? —Con o sin pandemia, uno ya está en una edad de pensar en la muerte. Estamos listos, uno tiene paz. Son los tramos de la vida. No tenemos ningún pendiente. Yo lo he pensado mucho y doy gracias de haber cumplido y haber encontrado una familia que me ha dado mucha alegría. He cumplido todas las etapas y me he realizado totalmente. Yo soñé cuando chica que me iba al cielo (se ríe). No sé cómo será el cielo, pero creemos que uno sigue, somos los dos creyentes. A mí me da mucha pena esa gente que cree que muere y se termina todo —dice Alicia Vega, mirando a su marido. Eduardo Vilches concuerda: —Yo igual estoy en paz. Y los hijos son independientes, se las pueden arreglar por su cuenta. A mí la muerte me da alegría porque me voy a reencontrar con mi papá. Su presencia siempre me ha acompañado. Alicia pierde su mirada en el jardín. —Yo siempre, siempre, me he sentido protegida por un ángel que anda conmigo. Así ha sido nuestra vida. M