Autor: Marlene Bohle, escritora puertomontina
Nada permanece para siempre
Columna. uién sembrará por nosotros? ¿ Quién desenvainará la se-¡ milla y la pondrá a habitar la panza dela tierra? ¿ Quién úprotegerálas hebras delzapallo delas heladas dejulio? ¿ Habrá algien que lleve cuenta de las semanas que demora un huevo en abrirse de cara al mundo? ¿ A quién preguntar cuándo sembrarlas arvejas, cuándo trasplantar las coles y betarragas? Muchas preguntas para un tema fundamental, aunque no sean muchoslos que tengan conciencia de ello. Según el Banco Mundial, la población rural alcanza al 43% y son ellos los que aún alimentan al mundo, proveyéndolo de un 80% de la comida. La comunidad campesina está conformada por millones de seres humanos, los que poseen sus propias culorganización económica y social. Ninguna esigual a otra, turas y desde el análisis antropológico. La mayoría del campesinado y pequeños agricultores en el mundo posee espacios detierra desde donde operan con elementos tecnológicos básicos o rudimentarios. Su afán primario es lasatisfacción alimentaria de su familia, sirviéndose de lo sobrantepara comercializar y adquirir las demás carencias. Debido a ello permanecen expuestos a las coyunturas políticas, sociales y mercantiles, debido aque nadie habita el universo en soledad y todos dependemos de todos.
Hay características que definen a este tipo de ciudadano: habita espacios rurales, posee un potente arraigo con sus raíces y cultura, sus actividades económicas se enfocan en la agricultura yla ganadería, normalmente poseen poca educación formal, sien-do sucapacidad y experiencia para cultivar la tierra y criar ganadossu mayor capital. Según se está dando esta realidad en nuestro espacio local, me atrevo a señalar que estamos asistiendo al desplazamiento final deestetipo de vida. La mayoría de los terrenos han sido parcelados y vendidos a citadinos que buscan vivir una existencia más tranquila, viajando mañana y tarde hacia y desde la ciudad.
Pero este es un proceso que comenzó hace décadas; tal vez cuandosalimos del campo para estudiar, conscientes de amar entrañablemente lo nuestro, pero sabedores que la vida rural tenía poco que ofrecer si nuestra mirada buscaba trasponer el horizonte. Los padres envejecieron y un día ya no pudieron regar cinilas ni lechugas, no pudieron con la huerta ni con los corderos. Fueron cayendo uno a uno los cercos, los árboles frutales comenzaron a escatimar sus frutos y un día no hubo quién coseche las manzanas. Los viejos dejaron de atender los cambios de luna desde el calendario, cerraron la bodega y comenzaron a atisbar elmundo desde las ventanas. Los hijos armaron sus vidas desde laconcepción delo “seguro”, esdecir, de tenerla certeza de unsueldoafin o aprincipios de mes. Porlomenos, engran parte delas casas dela ruralidad alguien seha ocupado de hacer un invernadero. Desdesutecho de nylon elsol baja a raudales para besuquear los tomates y las coliflores. La elegante albahaca, el perejil y el europeo ciboulette se las ingenian para desperdigar sus únicos oloressobre el patio del mundo circundante..