Autor: César Cifuentes
Columnas de Opinión: El verdadero regalo de las fiestas: Reflexión y unión en tiempos de cambio
Columnas de Opinión: El verdadero regalo de las fiestas: Reflexión y unión en tiempos de cambio El sonido de las campanas navideñas y el brillo de las luces decorativas anuncian que las fiestas están cerca. Sin embargo, detrás de la alegría que estas fechas prometen, es importante reflexionar sobre cómo hemos cambiado como sociedad y, particularmente, como familias. Los conceptos de familia y celebración han evolucionado significativamente en Chile, adaptándose a nuevas realidades y enfrentando desafíos que, en muchos casos, parecen alejarnos del verdadero espíritu de esta época. Hoy, las familias chilenas son un reflejo de nuestra diversidad. Atrás quedó la idea de una familia “tradicional” como único modelo válido. En su lugar, vemos hogares ensamblados, monoparentales, parejas del mismo sexo criando hijos y familias multigeneracionales que comparten la vida bajo un mismo techo.
Este cambio no solo habla de nuestra capacidad para aceptar la pluralidad, sino también de cómo los valores centrales de la familia han pasado a enfocarse más en el amor, la empatía y el respeto que en las etiquetas o estructuras tradicionales. Pero no podemos hablar de la familia sin mencionar los tiempos difíciles que atraviesa nuestro país. Una economía debilitada y un entorno incierto han afectado profundamente a los hogares chilenos.
Durante una conversación reciente, un hombre me confesó, con angustia, que no sabe cómo enfrentar estas fechas: “No tengo trabajo, soy profesional, intenté emprender y tampoco resultó porque no hay dinero circulante”. Su desesperación, lamentablemente, no es aislada. Miles de familias viven una realidad similar, agravada por la frustración de no poder ofrecer lo que quisieran a sus hijos o incluso compartir una cena digna en Nochebuena. Este contexto económico no solo tiene implicancias materiales, sino también emocionales.
La Organización Mundial de la Salud ha señalado que Chile presenta uno de los índices más altos de suicidios en América Latina, con 10,3 casos por cada cien mil habitantes en 2022, un aumento considerable tras la pandemia. Estos números son un grito de alerta que contrasta con los discursos optimistas que muchas veces escuchamos desde las autoridades. Para quienes atraviesan situaciones complejas, estas fechas pueden sentirse más como una carga que como un motivo de celebración. En este escenario, es fácil caer en el pesimismo, pero también debemos recordar que las fiestas son una oportunidad para rescatar lo esencial: el valor de la conexión humana.
Más allá de los regalos, la verdadera magia de la Navidad reside en los momentos compartidos, en una con-versación honesta, en el abrazo cálido de un ser querido, en la capacidad de mirar a los ojos a quienes tenemos cerca y sentirnos parte de algo más grande. Estos gestos no tienen precio, pero su impacto puede ser profundo, especialmente para quienes se sienten solos o abrumados por sus circunstancias. En las últimas décadas, hemos sido testigos de cómo las fiestas de fin de año se han transformado. La secularización de la Navidad y el creciente consumismo han convertido esta fecha en un evento más comercial que espiritual. Las redes sociales, por su parte, han contribuido a crear expectativas poco realistas, donde la felicidad parece medirse en función del tamaño del árbol o la cantidad de regalos bajo él. Pero este año, en lugar de dejarnos llevar por esa corriente, tal vez sea momento de repensar nuestras prioridades. Chile está en un momento de cambio. Así como nuestras familias han evolucionado, nuestras tradiciones también pueden adaptarse para recuperar aquello que realmente importa. Es vital que hagamos de estas fechas un espacio de encuentro y reflexión, un momento para sanar heridas, fortalecer vínculos y recordar que, incluso en tiempos oscuros, hay razones para tener esperanza. El desafío no es menor. Vivimos en una sociedad que muchas veces prioriza lo individual sobre lo colectivo, lo superficial sobre lo profundo. Cambiar esta mentalidad requiere un esfuerzo consciente, no solo dentro de nuestros hogares, sino también como comunidad.
Las fiestas nos ofrecen una oportunidad única para sembrar esa semilla de cambio, para enseñar a nuestros hijos que el valor de esta época no está en lo que se recibe, sino en lo que se da: tiempo, atención, amor. A quienes sienten que estas fechas son difíciles, les digo: no están solos. Busquemos en nuestros círculos cercanos, en nuestras familias, en nuestros amigos, ese apoyo que todos necesitamos alguna vez. Y a quienes tienen la fortuna de contar con más, recuerden que estas fiestas también son un llamado a compartir, a tender la mano, a ser esa luz que otros pueden necesitar. Este año, hagamos de las fiestas un momento para abrazar nuestras diferencias, valorar nuestra diversidad y, sobre todo, recordar que la familia en cualquiera de sus formas es nuestro refugio más valioso. Porque, al final, lo que realmente importa no tiene precio: el amor, la solidaridad y la esperanza de que juntos podemos construir un futuro mejor..