COLUMNAS DE OPINIÓN: Enseñar para Cambiar Vidas, Los Desafios de la Nueva Educación Pública (SLEP)
COLUMNAS DE OPINIÓN: Enseñar para Cambiar Vidas, Los Desafios de la Nueva Educación Pública (SLEP) Miguel Ángel Rojas Pizarro.
Psicólogo Educacional Profesor de Historia Psicopedagogo. @Soy_profe_feliz Un Nuevo Año Escolar, Un Nuevo Luchín: Enseñar para Cambiar Vidas, Los Desafíos de la Nueva Educación Pública (SLEP) Victor Jara conoce a Luchin en 1972, Campamento Herminda de la Victoria. «Frágil como un volantín, en los techos de Barrancas, jugaba el niño Luchín, con sus manitos moradas... », Víctor Jara. Cada vez que entramos a una sala de clases, nos encontramos con decenas de rostros, cada uno con su historia. Entre ellos, siempre hay un `Luchín'. No lleva su nombre en la lista de asistencia, pero ahí está. Es el niño que llega en invierno con las manos heladas, con la chaqueta que no abre lo suficiente. Es la niña que se queda dormida en la última fila, porque la noche anterior su casa estuvo demasiado fría para descansar bien. Es el estudiante que almuerza en la escuela, porque en su casa a veces no hay suficiente. Los Luchines no siempre piden ayuda. A veces solo están ahí, con su cuaderno gastado, con su lápiz mordido, copiando la materia en silencio. No interrumpen, no llaman la atención, pero su historia está escrita en cada gesto. Y muchas veces, en medio de las pruebas, los programas, los horarios apretados, los pasamos de largo sin darnos cuenta. A veces nos dicen que los profesores debemos ser guías, modelos, fuentes de inspiración. Pero la verdad es que, en el día a día, somos simplemente los adultos que estamos ahí. Para muchos niños y niñas, somos el primer rostro que los saluda en la mañana, el único que les pregunta cómo están, el que se preocupa si faltaron varios días seguidos. No somos superhéroes de Marvel. No podemos cambiar la realidad de un estudiante de la noche a la mañana. No podemos llenar con recursos lo que el sistema no entrega. Pero sí, podemos hacer que la escuela sea un lugar donde cada Luchín sepa que importa, que alguien lo ama, que no es invisible. Cuando un niño crece en la pobreza, lo más doloroso no es solo la falta de recursos, sino la sensación de que el mundo ya lo ha dado por perdido. Que su destino está escrito antes de que pueda imaginar otro camino. Ahí es donde el profesor/a puede marcar la diferencia. No con discursos grandilocuentes ni con grandes cambios estructurales, sino con gestos cotidianos que dicen: yo creo en ti. El gran cantautor Víctor Jara escribió la canción `Luchín' en 1972 con la mirada puesta en esos niños invisibles para el sistema. Esos niños que juegan con lo que encuentran, que inventan mundos en medio de la carencia. Su canción sigue vigente porque los `Luchines' siguen existiendo. Siguen en las poblaciones, en los cerros, en las escuelas rurales, en los campamentos y tomas. Y siguen esperando que alguien los vea, que alguien les diga que sí, que pueden aspirar a más. La Nueva Educación Pública, a través de los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP), tiene una gran responsabilidad en este escenario. No puede ser solo una transición administrativa o un cambio burocrático. Debe ser, ante todo, un sistema que garantice que cada estudiante tenga las condiciones necesarias para aprender y desarrollarse. El SLEP no solo debe preocuparse de la infraestructura, de la gestión de recursos y de la planificación curricular. Su verdadera misión es asegurar que ningún Luchín quede atrás. Esto significa destinar apoyo real a los docentes, dotarlos de herramientas efectivas para abordar las desigualdades, mejorar los programas de bienestar estudiantil y, sobre todo, escuchar a las comunidades escolares. Los profesores necesitan respaldo. No pueden ser los únicos que sostienen el peso de las carencias del sistema. Necesitan equipos psicosociales en sus escuelas, acceso a capacitaciones pertinentes, menos carga burocrática y mejores condiciones laborales. Si el SLEP quiere cumplir con su promesa de fortalecer la educación pública, debe empezar reconociendo que los docentes son el puente entre la escuela y los Luchines. Y que, sin apoyo real, la educación seguirá reproduciendo las desigualdades que promete erradicar. En el Valle del Aconcagua, en ciudades como San Felipe, la realidad de muchos estudiantes refleja exactamente esta necesidad. En las escuelas rurales y urbanas, en los barrios populares, en los colegios con alta vulnerabilidad, los Luchines siguen estando ahí. No siempre en las primeras filas, no siempre en las estadísticas, pero siempre presentes en el día a día de los docentes. Aquí, como en muchas otras comunas de este gran valle, la educación pública enfrenta desafíos estructurales que van desde la falta de recursos hasta la dificultad para retener docentes comprometidos. Pero lo que no puede faltar es la convicción de que cada niño merece ser visto, escuchado y acompañado. La pregunta no es si podemos hacer algo por los Luchines de hoy. La pregunta es si estamos dispuestos a verlos, a reconocerlos y a darles la oportunidad que quizás nadie más les dará. Porque si la educación pública no sirve para eso, entonces, ¿para qué sirve?.