La legua de la misionera Anita Goossens
La legua de la misionera Anita Goossens Días atrás, disparos interrumpieron la tarde en La Legua, a pocas cuadras de la plaza central. En el centro Cristo Especial, una construcción de dos pisos que acoge durante el día a 22 niños, jóvenes y adultos con discapacidades físicas e intelectuales, las trabajadoras cerraban las puertas. En el pasado, las balaceras nocturnas dejaron vidrios rotos e impactos en las paredes, y recientemente, al reparar los techos, se encontraron balas incrustadas. Sin embargo, esta fue la primera vez que oyeron los disparos estando allí. Al día siguiente, el equipo se reunió para hablar de blindar ventanas y establecer un protocolo.
Pero luego la rutina continuó: los jóvenes siguieron en los talleres que este espacio les brinda: haciendo llaveros o ensayando una obra de teatro basada en sus vidas, titulada "Muy bien", las únicas palabras que puede decir Eddie Rojas, uno de los participantes. "A La Legua yo la describo como una noche estrellada: ocurren muchas situaciones de noche, pero también hay miles de estrellas brillando", reflexiona Anita Goossens, la misionera belga de 90 años que fundó este lugar hace 25 años. Un lunes por la tarde, el centro Cristo Especial está lleno de vida.
Cuando llega un visitante, el grupo lo recibe con cantos: "Sean bienvenidos, en el nombre del Señor, amén". En el patio interior, bajo un parrón, las suculentas cultivadas por los jóvenes repletan el espacio de verde. Desde una sala cercana se escuchan los ensayos de danza folclórica para la gala navideña que presentarán en el Teatro Municipal de San Joaquín. En el segundo piso, en una sala refrescada con un ventilador, Anita conversa con varias madres reunidas alrededor de un queque casero. Coinciden en que, pese a las dificultades del barrio, Cristo Especial se ha convertido en su refugio. "Nuestros jóvenes son los regalones del barrio", dice Anita, destacando que nadie se atreve a molestarlos.
Ana Salas asegura que su hijo Marcelo, de 34 años, con discapacidad intelectual severa, experimentó un cambio radical desde que llegó al centro: "Retomó su independencia". Para Matilde Tobar, madre de Jonathan, de 43 años, quien quedó postrado tras un accidente automovilístico, Anita fue un apoyo fundamental: "Me dio ánimo espiritual.
Aquí te dicen: `Su hijo va a estar bien', y de corazón, es así". Yurmira Torres, venezolana, relata cómo su hija Astrid, de 26 años, que padece epilepsia y tiene una discapacidad intelectual severa, pasó de estar aislada en su casa a participar en talleres donde le enseñaron de música, baile y chocolatería.
Ingrid Zúñiga, madre de Yanara, de 33 años, con parálisis cerebral y ceguera focal, agradece haber encontrado un lugar accesible tras el cierre de una fundación donde asistía durante la pandemia: "Aquí pago 28.000 pesos al mes.
Antes gastaba 800.000 ". Karen Cortés, directora del centro desde hace doce años y educadora diferencial, explica que Cristo Especial también se ha convertido en un espacio para las familias, especialmente para las madres. "La mayoría de ellas, a raíz de la discapacidad de su hijo, están criando solas", comenta. "Muchos jóvenes ya no tienen una vida de familia, pero aquí la han vuelto a encontrar". Anita escucha las palabras con humildad.
Hoy, los jóvenes lucen camisetas conmemorativas junto al lema "25 años", por el aniversario del centro y con una bandera chilena y otra belga, en su homenaje. "Ella anda casa por casa viendo si la gente tiene para comer" dice Matilde Tobar. "Es un ejemplo vivo del legado que nos dejó el Señor", agrega Ana Salas. A un lado, Anita, sonrisa modesta, evade los comentarios: "Me encanta que me quieran, pero no hay necesidad de exagerar. La vida de ustedes es mucho más sacrificada que la mía". Afuera de la casa de Cristo Especial, una vieja Suzuki Mastervan está estacionada. Es el mismo vehículo que ha acompañado al centro desde su apertura, y acumula más de 250.000 kilómetros.
Según Karen Cortés, directora de este espacio, avanza "con la gracia de Dios". En sus puertas, un letrero advierte: "Por favor, no abrir". Sin embargo, en las noches de invierno, Anita abre las puertas del vehículo para que personas en situación de calle puedan dormir en su interior. "Este auto está igual que yo", bromea Anita mientras ajusta su bastón de cuatro patas en el asiento del copiloto, como si fuera su cartera. Enciende el motor y deja atrás el centro, la parroquia San Cayetano, la única de La Legua, y la plaza central.
Mientras recorre las calles de La Legua Emergencia, el sector de esta comuna estigmatizado por las balaceras, el tráfico de drogas y delincuencia, Anita saluda a los vecinos bajando manualmente la ventana. "La gente iba a venir provisoriamente, en situación de emergencia, pero eso dura hasta hoy", comenta, señalando una casa de paredes verdes, bloques de cemento y techos de zinc. "Varios gobiernos han intentado cambiar esto, pero la gente no quiere irse, porque no creen que los van a traer de vuelta". Anita conduce hacia un estrecho pasaje techado con lona verde, adornado con luces navideñas y muros pintados con escenas del Viejo Pascuero. "Ahora voy a mostrarle lo más increíble de todo", dice mientras el motor de la van ruge al avanzar. "¡Estos son los adornos de Navidad! ", exclama, disminuyendo la velocidad frente a las decoraciones. "Para Navidad, las personas pasan por las casas recolectando dinero para adornar. ¡Son las sorpresas de La Legua! ", dice mientras saluda afectuosa a los vecinos sentados en sillas a la entrada de sus hogares. "¡Son sus estrellas! ", les grita con entusiasmo. Anita asegura que nunca ha sentido miedo en el barrio.
Solo recuerda dos ocasiones en las que estuvo en peligro, ambas durante peleas inesperadas. "Normalmente, avisan: `Quédese en la casa, porque va a haber pelea'. Pero a veces surgen de sorpresa, y ahí uno tiene que bajarse y entrar a cualquier casa", relata.
Más adelante, se detiene frente a una cancha de pasto sintético donada por un benefactor, junto a un muro que lleva escrita la palabra "Esperanza". Poco después, lo hace frente a otro mural que proclama: "Hagas lo que hagas, hazlo con pasión", Anita comenta: "La cultura es algo tan importante". Su casa, en el sector Jardines de San Joaquín, no pasa desapercibida.
En su fachada, se leen las palabras: "Danos un corazón grande para amar, danos un corazón fuerte para luchar". Pintados en la pared hay un mapuche, un haitiano, un niño con un jockey con la bandera venezolana y una escena del Evangelio donde Jesús dice: "Si me amas, cuida mis ovejas". "Antes eran puras ovejas", explica Anita, "pero luego las cambiamos por niños de la calle". Al estacionar con destreza, un jeep blindado de Carabineros patrulla las calles.
En el salón de entrada, hay un letrero que dice "O somos hermanos o todo se derrumba", y las fotos de los veintiún niños de Cristo Especial que han fallecido decoran una pared. "Se quedan en nuestro corazón siempre", dice Anita. En la cocina, un rincón que Anita llama "subversivo" reúne imágenes de curas desaparecidos y asesinados. En otro, hay recuerdos de toda América Latina, fotos de Michelle Bachelet y Gabriel Boric, y de múltiples actividades con los jóvenes de Cristo Especial. Entre las figuras que decoran hay una de Don Quijote junto a Sancho Panza. "El símbolo del amor imposible es Don Quijote. Aldonza era despreciada por el mundo, pero él la quería. Ese amor la transformó en Dulcinea", dice. El pasado de Anita está lleno de pruebas. Creció durante la Segunda Guerra Mundial, perdió a dos hermanos por tuberculosis y sobrevivió a la enfermedad con un solo riñón. Entonces, dice, conoció a Jesús. "Me dije: `No hay otro modelo para realmente ser feliz. La felicidad está en darse, y uno recibe tanto de vuelta'", afirma. Llegó a Chile en 1964 inspirada por la espiritualidad de Carlos de Foucauld, un ermitaño del Sahara, que dedicó su vida a trabajar con los más vulnerables. Con el tiempo, formó catequistas jóvenes y adultos, dirigió programas para matrimonios, y lideró actividades pastorales en Cerro Navia, donde construyó una capilla y una Casa de Acogida para adultos mayores. A principios de los años 90, regresó a La Legua invitada por el padre Mariano Puga, un referente en su vida y en su casa. Anita cuenta que la idea de Cristo Especial comenzó con Yolita, una madre de La Legua que soñaba con iniciar una catequesis especial "para niños discriminados por la Iglesia", dice. Su hijo, Janito, tenía síndrome de Down. Un día, mientras Yolita compraba alimentos, su casa de madera y cartón se incendió. Intentó salvar a su hijo, pero ambos murieron. En el velorio, Mariano Puga, entonces el cura de la parroquia de San Cayetano, declaró: "No solo murieron Yolita y Janito.
También murió un sueño". Estas palabras impulsaron a los jóvenes de la pastoral juvenil a hacerlo realidad, quienes fueron a buscar a niños con discapacidades de la comuna, pidiendo sus fichas en el consultorio. "Muchos niños nunca habían salido de sus casas; sus familias los escondían", relata Anita. Los jóvenes de la pastoral juvenil comenzaron a recogerlos los sábados, llevándolos en sillas de ruedas a la catequesis. "Venían cantando, saltando. Cambió la imagen de La Legua". El centro creció con el apoyo de voluntarios y vecinos, quienes organizaban actividades como bingos para financiarlo. Durante años, el Hogar de Cristo ayudó con comida y gastos básicos, y hace una década empresarios comenzaron a financiar sueldos para las trabajadoras. Con la llegada de Karen como directora, el espacio evolucionó de un centro de acogida a un lugar con profesionales como kinesiólogos y fonoaudiólogos, gracias a fondos del Estado.
Pero el escándalo del caso Convenios ha complicado hoy su acceso, y el centro se sostiene apenas con donaciones privadas y apoyo municipal y ya no tiene especialistas. "Pero más grande que mi duda es mi confianza en la providencia", dice Anita con convicción. A la casa de Anita llega un taxi conducido por Carlitos, quien la traslada cuando su ruta se extiende más allá de los límites de La Legua. Carlitos también ha transportado a algunos de los cuarenta miembros de la familia de Anita que la han visitado en Chile. Uno de sus hermanos, diácono en la Cárcel de Talca, la visita ocasionalmente, y dos de sus sobrinas se casaron con chilenos. Anita ha vuelto a Bélgica en más de una ocasión. Recientemente, sus sobrinos organizaron un viaje a Amberes para celebrar sus 90 años. "Entre 25 hicieron una colecta y me mandaron un pasaje en business class", cuenta, aún sorprendida por el gesto. Dice que sus 90 años la alcanzaron sin previo aviso. "Una cosa es cumplirlos y otra es cumplirlos estando bien de mente", reflexiona.
Recuerda que en La Legua, durante la misa dominical, la comunidad la celebró regalándole una camiseta del Colo Colo de Arturo Vidal, su equipo y futbolista favorito. "Cuando los cumplí, le dije al Señor: `No importa que me duela la espalda o las rodillas. Me daría vergüenza quejarme viendo a personas, incluso de 70 u 80 años, que están mucho más limitadas'". Ya en el taxi, Anita esquiva hablar de su legado. "Yo quiero que Karen siga. El día que ella se retire, sería como un terremoto, porque es un pilar fundamental", dice. "El Señor verá cómo. Esa es una de las razones de mi paz interior: lo entrego al Señor. Si no puede seguir funcionando, estará en manos de Él.
Pero no me siento la responsable última". Hace una pausa y añade con serenidad: "Lo que yo espero es que las personas que me han conocido, ojalá hayan descubierto al Señor, quién es y la importancia que tiene en nuestras vidas.
Su mensaje principal es un ejemplo, pero también un desafío: amarse entre todos". Anita habla luego de su fe y su visión. "La Iglesia es una cosa, pero Jesús del Evangelio es otra", afirma. "Que muera la Iglesia no importa, pero Jesús no puede morir. Hay que seguir hablando de Él, porque más que nunca, Jesús puede salvar este mundo podrido. Si vivimos como Él quiso, ahí nos vamos a salvar.
Todos tienen que sentir que son hermanos". Hace otra pausa y agrega: "Lo que me gustaría que dijeran de mí es: `Anita hizo todo lo posible para que nos amáramos'". El taxi llega a su destino.
Todavía no son las siete de la tarde, la hora en que está acordada una misa, pero Anita se apresura porque Donata Cairo, una religiosa italiana integrante de las Hermanitas de Jesús de la población La Victoria, espera recibirla para celebrar sus 40 años de vida religiosa. Al bajarse, Anita abraza a Donata con afecto y le entrega una botella de sour como regalo. "Para celebrar", dice con entusiasmo.
Luego, exclama con energía al entrar al lugar: "¿ Cómo están? ¡ Queridos!". A un lado, Donata, mirándola con admiración, dice: "Ella es la semilla y es la planta". "Voy a saludar a Jesús primero", anuncia Anita, dirigiéndose a una pequeña capilla del lugar. Allí, hace una oración en silencio. Luego, saca de su morral un libro que lanzó semanas atrás, titulado Palabras que despiertan. Es un cuaderno de oración que conmemora sus 60 años de misión en Chile.
En él, Anita no firma como Anita Goossens, sino como Anita de Jesús y de La Legua. "Me llamo Anita de Jesús, porque de ahí viene toda mi pasión, y de La Legua, porque ya no puedo imaginarme mi vida sin ella. Es mi familia", dice.
La misionera laica de origen belga lleva 60 años en Chile en los que ha transformado la vida de niños y jóvenes con discapacidades y la de sus familias en uno de los barrios más estigmatizados de Santiago.
A sus 90 años, sigue entregando esperanza desde Cristo Especial, el centro que fundó y es un refugio en La Legua. "Nuestros jóvenes son los regalones del barrio", dice, destacando que nadie se atreve a molestarlos.
POR MURIEL ALARCÓN La Legua de la misionera ANITA GOOSSENS Publicó un cuaderno de oración que conmemora sus 60 años de misión en Chile, donde firma como Anita de Jesús y de La Legua. "De Jesús porque de ahí viene toda mi pasión, y de La Legua, porque ya no puedo imaginarme mi vida sin ella. Es mi familia", dice.
SER GIO ALF O NSO L ÓPEZ "A La Legua yo la describo como una noche estrellada: ocurren muchas situaciones de noche, pero también hay miles de estrellas brillando", reflexiona Anita. "Ella anda casa por casa viendo si la gente tiene para comer", asegura Matilde Tobar. En la foto, Anita Goossens manejando el viejo Suzuki con el que recorre el barrio. M URIEL ALAR C Ó N Cristo Especial acoge durante el día a 22 niños, jóvenes y adultos con discapacidades físicas e intelectuales. SER GIO ALF O NSO L ÓPEZ.