Sombras de la inmediatez en el invierno digital
Sombras de la inmediatez en el invierno digital Alejandro Arros Aravena Doctor en Educación, Académico Departamento de Comunicación Visual UBB En el vasto entramado de nuestras vidas modernas, la comunicación ha adoptado nuevos rostros y matices. WhatsApp, una de las plataformas digitales más omnipresentes, ha tejido una red de interacciones que se extiende por grupos de familias, compañeros de colegio y colegas de trabajo.
Estas conversaciones digitales, ágiles y omnipresentes, parecen haber desplazado la profundidad de las interacciones cara a cara, generando un eco constante de notificaciones que marcan el ritmo de nuestras jornadas, es más, el pulso de la vida ya no es la emoción que detectamos sino la que detentamos bajo una pantalla de pocas pulgadas. El comunicador social y escritor estadounidense, Max Fisher, en su libro "Las redes del caos", nos ofrece una visión crítica de esta era binaria. Según Fisher, "todo ahora es binario digitalmente hablando", vivimos pendientes del "me gusta" y de la validación instantánea que ofrecen las redes sociales. Este fenómeno se refleja en WhatsApp, donde los mensajes se multiplican, pero la esencia de las conversaciones se diluye. Nos encontramos sumergidos en una paradoja de conexión permanente, donde la cantidad de interacciones parece eclipsar la calidad de las mismas. En los grupos familiares de WhatsApp, las dinámicas han cambiado drásticamente. Las fotografías de cumpleaños, los saludos matutinos y las noticias de la vida diaria se comparten con una rapidez sin precedentes. Sin embargo, esta inmediatez puede llevarnos a un terreno superficial, donde las conversaciones profundas y significativas se ven relegadas. Kate Crawford, en "Atlas de la inteligencia artificial", señala cómo la tecnología puede moldear nuestras relaciones. Los algoritmos y las interfaces digitales no solo facilitan la comunicación, sino que también la transforman, estableciendo nuevas reglas y expectativas. Los grupos de compañeros de colegio en WhatsApp son testigos de un fenómeno similar.
Las charlas que solían tener lugar en los pasillos y patios Esta omnipresencia digital nos ha arrastrado a una vorágine donde el tiempo, antes sagrado y dividido en ciclos de actividad y descanso, se ha convertido en un flujo constante, exigiendo nuestra atención incesante, sin tregua ni pausa. Nuestras vidas pareciesen estar voluntariamente dominadas por la urgencia constante de responder, de estar disponibles en todo momento. La serenidad y el espacio para la reflexión profunda se han visto erosionados por la necesidad de inmediatez que imponen las redes sociales. escolares ahora se desarrollan en cadenas de mensajes y emojis. Hans Magnus Enzensberger, en "En el laberinto de la inteligencia", nos recuerda que la tecnología, aunque poderosa, no puede sustituir la riqueza de una interacción humana plena. Las conversaciones cara a cara, con sus matices y emociones, se ven reducidas a textos y audios que, aunque prácticos, carecen de la profundidad necesaria para mantener vínculos verdaderamente sólidos. En el ámbito laboral, los grupos de WhatsApp han redefinido las fronteras entre la vida personal y profesional. Las reuniones virtuales, las decisiones rápidas y las coordinaciones inmediatas se han convertido en la norma. Sin embargo, esta inmediatez puede resultar en una sobrecarga de información y en la falta de espacios para la reflexión y el diálogo constructivo. Soledad Véliz, en su obra "Teratofilia", presenta una ciencia ficción intelectual y bizarra que nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con la tecnología. Los cíborgs y androides de sus relatos, aunque ficticios, nos enfrentan a dilemas éticos muy reales sobre cómo la tecnología afecta nuestras vidas y relaciones. La fascinación por los monstruos tecnológicos que describe Véliz nos sirve como metáfora de nuestra propia experiencia con la tecnología. Estos cuerpos monstruosos habitan ciudades del futuro, planteando nuevas preguntas y desafíos. De manera similar, nuestra convivencia con la tecnología en el presente nos exige una reflexión profunda sobre el valor de las interacciones humanas. En esta era donde el tiempo parece haberse desdibujado, las redes sociales, y especialmente WhatsApp, han creado una realidad donde el concepto de noche y día se desvanece. Las solicitudes y conversaciones fluyen ininterrumpidamente, sin respetar las antiguas fronteras del tiempo. Ya nadie puede esperar que respondan en otro momento; la inmediatez se ha convertido en una norma implacable. Incluso las empresas e instituciones se han adaptado a esta nueva temporalidad, utilizando chatbots que responden sin descanso, siempre presentes para atender cuando a alguien se le ocurra.
Esta omnipresencia digital nos ha arrastrado a una vorágine donde el tiempo, antes sagrado y dividido en ciclos de actividad y descanso, se ha convertido en un flujo constante, exigiendo nuestra atención incesante, sin tregua ni pausa. Nuestras vidas pareciesen estar voluntariamente dominadas por la urgencia constante de responder, de estar disponibles en todo momento. La serenidad y el espacio para la reflexión profunda se han visto erosionados por la necesidad de inmediatez que imponen las redes sociales.
Las notificaciones constantes actúan como pequeños grilletes que nos mantienen atados a nuestra prótesis digital, creando una ansiedad por responder de inmediato, sin importar la hora del día o de la noche enfrentándonos a una vorágine de actividad sin descanso.
Mientras nuestros abuelos podían permitirse el lujo de perderse en sus pensamientos, de escribir, leer y vivir sin la presión del tiempo, nosotros nos encontramos en un perpetuo estado de alerta, siempre listos para la siguiente notificación. Las redes sociales, y especialmente WhatsApp, han transformado nuestra percepción del tiempo, eliminando las pausas naturales que antes permitían la desconexión y el descanso. En este nuevo mundo digital, la línea entre día y noche se ha vuelto tan borrosa como en los inviernos de antaño, pero sin el beneficio del espacio para la introspección y la creatividad. Así, la omnipresencia digital de hoy en día nos exige una constante disponibilidad, comparada con la introspección profunda de los inviernos vividos por tantos y tantas.
Esta nueva realidad nos obliga a reconsiderar cómo gestionamos nuestro tiempo y nuestras relaciones, buscando un equilibrio que nos permita aprovechar los beneficios de la tecnología sin sacrificar la calidad de nuestras interacciones y el tiempo necesario para la reflexión personal..