Raices de solidaridad
Raices de solidaridad AN "ua Cuidado como actividad esencial En el campo de la experiencia hu'mana hay cosas esenciales, irrenunciables. Sin embargo, puede ocurrir que estas esencialidades, por muy evidentes que sean, escapen a la actividad de la conciencia. A menudo, lo que es esencial es lo que nos es más cercano e inevitable; pero justamente aquello que es obvio, tiende a olvidarse. Un ejemplo de lo anterior es lo que ocurre con el cuidado. El cuidado está presente si no en todas, en la mayoría de las ¡ ones humanas de la vida. Es una actividad que atraviesa inevitablemente todas las dimensiones del ser humano. El hombre cuida de sí mismo y de sus semejantes; el padre de su hijo, el profesor de su estudiante, el político del ciudadano, y así sucesivamente. Es un hecho cierto, evidente e irrenunciable, ya que, sin él, la vida no se preserva ni se reproduce. Aun siendo tan fundamental, el cuidado no se reconoce ni valora como debiese.
El cuidado es algo ineludible en la vida, una actividad de la cual siempre dependemos en algunos momentos más que en otros, por cierto, pero no existe algo así como la renuncia a la necesidad de cuidado. En efec= to, el cuidado se constituye como un acto continuo por satisfacer necesidades y que jamás concluye. Nunca se da des y que jamás concluye.
Nunca se da Raices de solidaridad En este ensayo publicado en la revista Raíces (IdeaPaís), Emilia García y Magdalena Vergara plantean que del Estado debe ocuparse del problema que supone a las familias cuidar de sus miembros. un momento en que ganamos una condición tal que prescindimos del cuidado. Aun no estando en ciertas ases de la vida de particular vulnerabilidad como sería la infancia o la vejez aun contando con cierta autosuficiencia y autonomía somos necesitados de la atención del otro. Por ende, el cuidado no puede no acompañar la vida entera. En una primera instancia simple y esencial el cuidado puede comprenderse, en términos de Heidegger, como el compromiso con la existencia. Compromiso que aparece como un impulso de la naturaleza humana tan evidente como inadvertido, Es por esta razón que surge la pregunta por aquellas cualidades que hacen necesario el cuidado. O, si se quiere, cuáles serían esas carencias humanas naturales que no nos permiten prescindir del cuidado. En este punto es importante distinguir a qué tipo de vulnerabilidad tinguir a qué tipo de vulnerabilidad tinguir a qué tipo de vulnerabilidad nos referimos. Ciertamente, existen distintos tipos: vulnerabilidad física (en tanto posibilidad de ser herido), vulnerabilidad sociopolítica (como la pertenencia a un grupo que convierte en vulnerables a sus individuos), entre otras que el lector puede estimar. No obstante, para efectos de este ensayo, las autoras analizamos la dimensión de vulnerabilidad que alude a la condición de fragilidad intrínseca del ser humano; si se quiere, una vulnerabilidad antropológica. Sin ser este último un concepto acuñado por Paul Ricoeur (2008), el filósofo aborda extensamente la relación entre la vulnerabilidad y la condición humana.
Reconoce la vulnerabilidad como una característica fundamental de la existencia humana y, al compartir toda la especie humana esta condición de vulnerabilidad, somos corresponsables e interdependientes ya que, en última instancia, dependemos unos de otros para enfrentarla.
A pesar de ser este desvalimiento inicial una característica propia del ser humano, la tradición cultural sobre todo progresista que promueve la excesiva autonomía, se ha encargado de relegarla y muchas veces, por ignorancia o deliberadamente, de olvidarla.
Aún así, Ricoeur sostiene que ambos (Continúa en la página 14). Raices de solidaridad (Viene de la página 13) conceptos vulnerabilidad y autonomía lejos de oponerse, se complementan y a esto es lo que él llama la paradoja de la autonomía y la vulnerabilidad. A saber, el ser humano supone que es autónomo y esta suposición sería la base de nuestras convicciones y nuestras reclamaciones de derechos y deberes. Sin embargo, la autonomía es algo que se adquiere progresivamente pero nunca del todo precisamente porque somos vulnerables.
Al ser entonces el hombre un ser desvalido, en el sentido de que nuestra existencia se caracteriza por la falta de autonomía, y que para adquirir grados de esta necesitamos la presencia del otro en nuestras vidas, es en la relación con otros donde nos completamos personalmente. Nuestra naturaleza humana es profundamente interdependiente y necesitada del otro. Y esa necesidad se evidencia al encontrarnos siempre deseando la interacción y atención sensible al otro para conservar y reproducir la vida. Y al ser esa necesidad de cuidado inherente a la naturaleza humana, en consecuencia, el cuidar de otros también lo es.
Cuidado como deber de la familia Hemos dicho que el cuidado es propio del hombre debido a su condición de vulnerabilidad: dependemos de otros para subsistir, pero también para alcanzar bienes trascendentales dado nuestra naturaleza social. Sin embargo, el cuidado no sólo se refiere a identificar las necesidades del otro, sino también a la pregunta por su provisión y la responsabilidad que existe (o no) asociada. En esta sección intentaremos argumentar por qué la familia es quien mejor responde a estas preguntas desde una perspectiva de la ética del cuidado.
Un primer argumento lo encontramos a partir de las tres etapas del cuidado que identifica Nel Noddings: (i) A se preocupa por B (es decir, la conciencia de A se caracteriza por la atención y el desplazamiento motivacional); (ii) A realiza algún acto de acuerdo a esta preocupación; y (iii) B reconoce que A se preocupa por B. De este proceso se puede concluir que el cuidado implica necesariamente una conexión entre el cuidador y el cuidado, conexión que sólo es posible en la medida que exista un encuentro y relación personal. De lo anterior se concluye, que no se puede cuidar en masa ni en grupo; el uno a uno es insustituible en este aspecto. En un sentido similar Joan Tronto advierte sobre universalizar las necesidades. Destaca que incluso cuando se trata de necesidades básicas de subsistencia, éstas dependen de la cultura y del contexto social o histórico en el que estemos. Ello es aún más claro cuando atendemos a aquellas necesidades que permiten el desarronecesidades que permiten el desarroFicha de autor Emilia García, socióloga de la Pontificia Universidad Católica de Chile, es investigadora de IdeaPaís. Magdalena Vergara, abogada de la Universidad de los Andes y máster en Derecho de la U. Saint Thomas (EE. UU), es directora de Estudios de IdeaPaís. IdeaPaís. llo pleno de la personalidad humana. Por mucho que podamos definir prácticas comunes de cuidado, la naturaleza única de todo ser humano implica que existan necesidades y relaciones de cuidado únicas que, por ende, no pueden ser homogeneizadas. Esta realidad, permite comprender a la familia como primera cuidadora, pues es el único lugar donde la persona es comprendida en su totalidad y por tanto en su singularidad. La experiencia de la familia permite nuestra realización y vocación de un modo que no es sustituible por otro tipo de institución. La incondicionalidad y entrega que se da entre los miembros de la familia de forma desinteresada genera esa "responsabilidad" que Tronto distingue de aquellas obligaciones dadas por reglas definidas.
La responsabilidad en la familia no tiene límites, todos y cada uno de los miembros de la familia "participa con la totalidad de su existencia", En segundo lugar, Noddings señala que necesitamos aprender a ser cuidados para cuidar a los demás.
Es la familia, comprendida como la escuela de la vida, la primera comunidad que nos enseña a amar y ser amados, y esa experiencia de amor nos permite querer a otros. [... ] Sin embargo, todo lo anterior parece una utopía si observamos la realidad de las familias y el contexto social de nuestro país.
Aumento escandaloso de hijos nacidos fuera del matrimonio, bajísimas tasas fuera del matrimonio, bajísimas tasas fuera del matrimonio, bajísimas tasas de natalidad que si no fuera por la población migrante sería aún más alarmante y de matrimonios, perturbantes cifras de papitos corazón que se desentienden de su responsabilidad más natural, entre otras. [... ] A lo anterior se suma la baja participación laboral femenina que afecta su independencia económica y nivel de ingresos, el auge de familias lideradas por mujeres solas y que las mujeres dedican el doble de horas que los hombres a cuidar [... ]. A pesar del desgarrador escenario [... ], las personas siguen comprendiendo a la familia como el primer lugar al cual se acude en caso de necesidad. Incluso, en países que h: zado en otorgar mayores po: de cuidado fuera del hogar, hoy enfrentan la discrepancia de los padres que prefieren políticas donde sean ellos quienes cuiden de sus seres queridos.
Lo anterior no hace otra cosa que reflejar la trascendencia que tiene la familia en la vida de los seres humanos y su carácter de insustituibilidad en el cuidado de sus miembros, lo que, en última instancia, termina por posicionar al Estado al servicio de las familias en la provisión del cuidado y no al revés, lo cual será abordado en el siguiente apartado.
Por su parte, la familia como principal cuidadora, también encuentra detractores la construcción que el progresismo ha hecho de la familia: una visión de familia funcional y utilitaria, donde prima el principio de eficiencia para lograr la emancipación y el desarrollo individual por sobre el amor desinteresado y gratuito [... ]. Tal como explica Pedro Morandé, la familia no es una entidad funcional, como lo pueden ser las otras organizaciones sociales. Los miembros de la familia no actúan en cumplimiento de obligaciones dadas y limitadas, como lo hace un trabajador en una empresa o un profesor en el colegio.
En ese sentido, es una comunidad única porque no se fundamenta en reglamentos o leyes externas, ni en la búsqueda de utilidades, sino en la capacidad intrínseca del ser humano para amar incondicionalmente y de producir vida.
Así, cada miembro de la familia es reconocido, aceptado y respetado por el simple hecho de ser, no por lo que tienen o aportan a la sociedad. [... ]. Y es esto último lo que hace a la familia única e insustituible y la primera llamada a cuidar. Es en ella donde se proporciona de manera irremplazable y eficaz el cuidado y atención de los miembros, tareas para las que el cariño, empatía y cercanía son elementos esenciales.
Lo propio ocurre con aquellos niños que tristemente han debido ser separados de sus familias por haber sido vulnerados en sus derechos. [... ] rados en sus derechos. [... ] rados en sus derechos. [... ] El Estado al servicio de las familias. Raices de solidaridad Noddings diferencia lo que es el cuidado de lo que es la preocupación por. Como hemos señalado a lo largo de este escrito, el cuidado implica una relación de cercanía y empatía con otra persona. Se trata de una respuesta afectiva y moral hacia el otro, donde uno se compromete activamente en satisfacer las necesidades del otro e implica una conexión emocional con el otro. Por su parte, preocuparse por, se refiere a sentir la inquietud sobre la situación o bienestar de otra persona que puede llevar o no a acciones concretas en su auxilio. Siguiendo a Noddings, el Estado puede hacer lo segundo, pero no lo primero, pues no entabla relaciones personales ni emociona: les con sus ciudadanos.
En esta línea, afirmar que la familia es la primera cuidadora, en ningún caso exime al Estado de las responsabilidades que le competen en su preocupación por el bien de la ciudadanía [... ]. Al respecto, un real avance hacia una ética del cuidado puede resultar útil para abordar de mejor forma la relación entre el Estado y el cuidado.
La ética del cuidado parte del supuesto de que vivimos en una sociedad corresponsable, donde los vínculos que se viven en la familia son la base desde la cual aprendemos la preocupación por el otro en el espacio público.
Quizás lo más determinante de la ética del cuidado, es que deja de lado la visión de la persona como un ser totalmente autónomo (como plan= tea cierto individualismo) y reconoce su natural interdependencia y por tanto asociatividad, existiendo responsabilidades de unos para con otros. [.. ] A su vez, la ética del cuidado exige comprender los cuidados como un problema público y no reducirlo únicamente al ámbito privado donde la familia debe valerse por sí misma. Al ser los cuidados un aspecto trascendental en el ser humano y la comunidad, el Estado tiene un rol fundamental que jugar al ser el principal garante del bien común. Por tanto, no basta que el Estado sólo exija responsabilidades, debe también posibilitar que éstas puedan cumplirse.
El principio de subsidiariedad permite comprender de mejor modo la acción del Estado al respecto, pues lejos de ser un principio de eficiencia o ausencia del Estado, se trata de un principio de justicia que reconoce un orden social donde las comunidades están llamadas a cumplir con sus fines que les son propios y las comunidades mayores, así como el Estado, a apoyarlas para lograrlo. Por tanto, contrario a que las familias y sus relaciones sean sustituidas por el Estado, deben ser auxiliadas en sus necesidades. Ello requiere un Estado presente y no ausente, pero presente en la justa medida.
Cuando el Estado decide realizar lo Cuando el Estado decide realizar lo Cuando el Estado decide realizar lo Cuando el Estado decide realizar lo A «Raices de solidaridad: la familia como fundamento de comunidad», en revista Raíces, N? 6, «La familia: un bien público», julio de 2024.
Lecturas DUI NOS que en principio están llamadas a hacer las familias, lo hace mediante programas específicos que, aunque busquen ser universales, atienden un problema particular concreto, pero no necesariamente resuelve los proble= mas de fondo ni las falencias que busca suplir. En efecto, puede atender la necesidad de una madre para salir a trabajar, pero no la falta de corresponsabilidad. Avanzar hacia una ética del cuidado, exige poder hacerse cargo de forma más profunda de los problemas sociales que impiden una mayor cohesión social y solidaridad. En un intento por ofrecer un modo de acción del Estado que promueve una ética del cuidado, es necesario identificar los problemas que impiden a las familias cumplir con sus deberes para proponer respuestas asertivas. Podemos agruparlos, sintetizando en tres barreras: a saber, barreras culturales, sistémicas y materiales. Con barreras culturales nos referimos especialmente a los estereotipos principalmente de género asociados a las labores de cuidado.
Aun reconociendo que existen roles naturales de la mujer frente al cuidado (por ejemplo, el ama= mantamiento como posibilidad exclusiva de las mujeres), no es posible negar los estereotipos que relativizan y a ratos niegan del todo el rol de los hombres en el cuidado (el reflejo más claro de lo anterior es el auge de aquellos padres que no pagan la pensión alimentaria a sus hijos). Esto no es otra cosa que un problema cultural profundamente arraigado en nuestra sociedad y que se evidencia en fenómenos cotidianos normalizados. Otro ejemplo de esto es cuando se observa que se otorgan más tareas domésticas a las hijas mujeres que a los hijos hombres.
Las barreras sistémicas, por su parte, se refieren a los modelos sociales que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= que se construyen al margen de la rele= vancia de los cuidados e incluso del bienestar de las personas.
Quizás el mejor ejemplo de ello es nuestro sistema laboral excesivamente rígido, donde los niños prácticamente se cuidan solos (o con terceros ajenos a la familia), dificultando excesivamente que la madre ingrese al mundo laboral y menos aún que el padre adopte responsabilidades de cuidado. Las familias, por tanto, son las que deben adaptarse a la rigidez del sistema a costa de su bienestar. Ejemplo de ello es el surgimiento de alternativas de "cuidado" como los afterschooldonde los hijos esperan a sus padres luego de haber pasado ya ocho horas en la escuela. Una cultura de cuidado y flexibilización requiere superar la estereotipada visión del hombre proveedor y ausente, y de la mujer cuidadora sin proyecto laboral. Por último, las barreras materiales, tienen que ver con la falta de recursos que tienen las familias para llevar ade= lante sus labores de cuidado. Tanto recursos monetarios, de salud física y mental, de tiempo, capacidades o conocimientos ante las necesidades específicas de quienes requieren de cuidados. Son especialmente los problemas que el Estado busca resolver mediante políticas y programas concretos.
No cabe duda de que el Estado tiene un importante rol que asumir para superar estas barreras, de las cuales incluso es en parte responsable en la medida que propone políticas o regulaciones que terminan afectando la corresponsabilidad, el tiempo en familia, el acceso a prestaciones, entre otros. Las demandas por una mayor responsabilización del Estado en las labores de cuidado tienen un correlato en el abandono de la misma.
En ello el deber del Estado es ocuparse del problema que supone a las familias cuidar de sus miembros, de manera de posibilitarles su acción en base a una libertad sustantiva que les permita elegir qué es mejor para sus integrantes y que hoy no es posible..