Autor: JOAQUÍN GARCÍAHUIDOBRO
Columnas de Opinión: Te ofrezco tu muerte
Columnas de Opinión: Te ofrezco tu muerte Más de 800 adultos mayores con alta médica no pueden egresar de hospitales por la falta de redes de apoyo. Dicho en castellano, alguien fue a dejarlos allí, pero no tuvo mayor interés en recogerlos. El Estado no sabe qué hacer con ellos y sus parientes no quieren o no pueden recibirlos. Son viejos que sobran.
En un contexto así, ¿nos puede extrañar que la eutanasia encuentre el terreno despejado e incluso reciba una importante aprobación ciudadana? Es verdad que las cifras de las encuestas están abultadas por el hecho de que, de manera errónea, muchas personas llaman “eutanasia” al simple hecho de no aplicar a los pacientes medios caros, dolorosos y extraordinarios. Es decir, rechazan el “encarnizamiento terapéutico”, que es efectivamente una práctica detestable.
Pero por más que esas encuestas tengan problemas metodológicos y las preguntas estén mal formuladas, el abandono de numerosos ancianos enfermos que hoy vemos en Chile es una penosa realidad que en otros países ha constituido un incentivo para promover la eutanasia.
De más está decir que nadie comienza por decir “eliminemos a los viejos inútiles”. Eso solo sucede en “La guerra del cerdo” (1975), una película dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, que muestra una sociedad donde los jóvenes no solo miran a los ancianos con asco, sino que incluso los matan. Más bien se comienza de a poco, según nos propone ahora la ministra de Salud en una carta reciente.
Ella habla de instaurar la eutanasia con una regulación “clara y compasiva”. La estrategia de ir poco a poco en esta materia fue inaugurada en 1941 con una película impulsada por Joseph Goebbels destinada a justificar la política nacionalsocialista de eliminación de las vidas sin valor: “Yo acuso”, del director Wolfgang Liebeneiner. En ella, una enferma de esclerosis múltiple pide a su marido que ponga fin a su vida. Entonces y ahora, se presenta a la eutanasia como un acto de suprema compasión. Sin embargo, la propia ministra nos ha mostrado que su visión de la eutanasia no se agota simplemente en la compasión que le produce el sufrimiento de ciertos enfermos.
Ella termina por transformar su discurso en un alegato en favor de lo que sería, a su juicio, un derecho fundamental que no puede esperar. ¿Cabe extrañarnos de que la ministra entienda la eutanasia como un derecho? Por supuesto que no. La izquierda contemporánea ha terminado por enfrentar la mayoría de los problemas más serios con un prisma individualista.
Para ella, casi todo es cuestión de derechos individuales: la educación de los niños; la convivencia en las escuelas; el tratamiento de la vida por nacer o la determinación de si una persona que tiene músculos y genes masculinos puede participar en una competencia deportiva que está prevista para mujeres. No es trivial entender la eutanasia como un derecho individual. Los derechos engendran responsabilidades. Ni los sistemas estatales ni los seguros privados estarán dispuestos a gastar dinero en cuidados paliativos si el paciente tiene al alcance de la mano el pedir su muerte. Con palabras más elegantes le dirán que, si quiere sufrir, es un asunto suyo: ellos cumplen con su deber cuando le ofrecen su propia muerte. El supuesto derecho a la eutanasia pone sobre los ancianos y pacientes vulnerables una presión que difícilmente podrán resistir. Serán vistos como unos egoístas que cargan sobre la sociedad el peso de su existencia, de una vida que los demás no quieren soportar. Se los obliga a justificar su vida y eso es algo que, en una sociedad decente, un ser humano jamás debe estar forzado a hacer.
Tan implacable es la lógica de la eutanasia, que en Suiza existe toda una industria para que las personas ancianas vayan a terminar allí sus días, en unas modernas clínicas que proveen servicios de suicidio asistido, sin molestar a sus hijos. Toda la eficiencia tecnológica de ese país se pone al servicio de la muerte, porque, antes de administrarles el veneno que terminará sus días, los pacientes reciben un fármaco que les impide vomitar. No sea que alguno se arrepienta. Visto desde su perspectiva, el Gobierno gana mucho al impulsar la eutanasia. En estos años ha hecho muy poco y aquí, sin gastar un peso, puede complacer a sus bases.
De paso, distrae a la opinión pública de las auténticas prioridades en materia de salud (las listas de espera aumentan cada día) e intenta dividir a la oposición, para que se enfrasque en este debate y no ponga la discusión en las materias fundamentales. Por otra parte, en vez de invertir tiempo y energías en diseñar una política de cuidados paliativos, se va por un camino que no requiere eficiencia ni esfuerzo.
Es lamentable que los promotores de la eutanasia casi no hablen de los cuidados paliativos, que permiten mostrar que existe un tercer camino, una vía más humana, que supere la disyuntiva “sufrimientos insoportables o muerte”. Porque es una pena que, ante el drama de los chilenos abandonados en la soledad de un hospital o de su casa, o de quienes enfrentan una grave enfermedad, el Gobierno no tenga nada que ofrecerles más allá de la muerte. n individualista. ¿Cabe extrañarnos de que la ministra de Salud entienda la eutanasia como un derecho? Por supuesto que no. La izquierda contemporánea ha terminado por enfrentar la mayoría de los problemas más serios con un prisma. ¿Cabe extrañarnos de que la ministra de Salud entienda la eutanasia como un derecho? Por supuesto que no. La izquierda contemporánea ha terminado por enfrentar la mayoría de los problemas más serios con un prisma