Autor: NATALIA QUEZADA. Fotografía SERGIO ALFONSO LÓPEZ.
LOS DESAFÍOS DE ESTUDIAR SIN INTERNET
En medio de la crisis sanitaria y la posterior suspensión de clases que trajo consigo, muchos alumnos continuaron sus estudios por medio de una plataforma online desde sus casas. Pero también existen otros: los que viven en zonas donde no llega señal y aquellos que no tienen un plan de internet.
Aquí, estos últimos, cuentan cómo han sido sus días aprendiendo Son las ocho de la mañana de un día de abril y María José Ballesteros (20), estudiante de tercer año de Ingeniería Comercial, cuenta que a esa hora se iniciaban sus clases mediante Zoom, una plataforma de video llamadas y reuniones virtuales que implementó la Universidad de Santiago (Usach) —su casa de estudios— para continuar con el año académico. Sin embargo, María José no se unió al curso. La razón, confiesa después, es que no tenía conexión a internet. —Es que aquí en mi casa no llega la señal. María José vive con sus padres en la comuna de La Pintana.
Dice que donde reside —un sector de ca: bajas y pasajes, cerca de la avenida Pedro Aguirre Cerda— es un área denominada “zona roja”, porque son comunes los robos de los cables de las redes de telecomunicaciones. Por eso, para cursar su carrera, la estudiante implementó su propio sistema de estudio: imprimir todo el material de estudio necesario en la universidad. La familia de María José representa a uno de los 712 mil hogares que no poseen conexión a internet en el país. La cifra, que alcanza al 12,6 % de los hogares chilenos, fue revelada por la última “Encuesta de Acceso y Usos de Internet” realizada por la Subtel en el año 2018.
En tanto, en abril de este año y en relación a la pandemia, el Ministerio de Educación detalló que “existen 380 mil estudiantes de primero a cuarto medio que viven en zonas con un acceso a internet deficiente, o estudian en establecimientos en categoría de desempeño insuficiente”. María José Ballesteros dice que pasaba todo el día en la universidad. Admite que no solo porque debía asistir a las clases que le exigía su plan de estudios, sino porque también se encargaba de recopilar e imprimir el material necesario para sus evaluaciones. Todo lo descargaba desde la conexión a internet de la universidad, para luego poder estudiar en su casa. Pero su rutina se complicó con la llegada del nuevo coronavirus. Ella debía continuar con las clases y evaluaciones, pero ahora de manera online, Para solucionar esta dificultad, la joven postuló a una “beca de internet” que ofrecía su casa de estudios. Este beneficio —otorgado por la Usach— consistía en una ayuda económica para acceder a una buena conexión. María José fue beneficiada, pero esto no solucionó su problema. Cuando comenzó a cotizar con todas las compañías de telecomunicaciones, descubrió que ninguna llegaba a su domicilio. Finalmente, encontró la opción de un módem, un aparato que transmitía la señal a través de la línea telefónica.
Pero eso tampoco dio resultado: la debilidad y la intermitencia de la conexión no le permitieron seguir las clases en línea como el resto de sus compañeros. —En muchas ocasiones me conectaba a la hora, pero después no podía seguir con la clase. De hecho, recuerdo que en una oportunidad la señal se cortó en seis ocasiones. Tenía que apagar todo y volver a realizar el procedimiento completo para volver a conectarme. En eso, tardaba entre diez a quince minutos. María José admite que debido a estos inconvenientes, no solo se perdía parte importante de la información, sino que además esta situación le incomodaba.
Porque cada vez que su señal fallaba, debía pedir permiso al profesor, para ingresar nuevamente a la plataforma, lo que por lo general desconcentraba a los miembros de la reunión. —Esta circunstancia muchas veces me ha hecho perder la motivación para continuar mis estudios. Claudio Moraga, vive en San Bernardo y no ha podido ir a clases. No tiene internet. Porque diariamente tengo una traba para poder asistir a clases. El panorama es muy incierto. Teresa Abusleme, socióloga y docente de la Universidad Alberto Hurtado, señala que “la suspensión de clases dejó al descubierto la realidad que vive la mayor parte de los estudiantes chilenos. La falta de conexión, de computadores, de clases en línea y la escasez de alimentos refuerzan la segregación escolar.
Y en este sentido, para estos alumnos es mucho más complejo seguir estudiando, situación que muchas veces conlleva a la deserción de estudios”. PERDER EL AÑO Durante las primeras semanas de marzo, Claudio Moraga (17) salió temprano de su casa en la comuna de San Bernardo. Caminó dos cuadras hacia el paradero cercano y tomó la micro que diariamente lo trasladaba por la Gran Avenida hasta el Liceo Politécnico de Ciencia y Tecnología de la Cisterna. En ese establecimiento, Claudio inició cuarto medio. Todo, comenta, se complicó con la llegada del coronavirus. Cuando se implementaron las cuarentenas, el joven se quedó en su casa —en la que vive con su madre y sus hermanos— sin poder estudiar. —No puedo asistir a clases, porque no tengo internet. No estoy aprendiendo nada, dice.
Claudio cuenta que para continuar con el aprendizaje de cada nivel educacional, el liceo implementó un método de estudio basado en “guías educativas”. En este material se imparten los contenidos planificados para cada nivel de desarrollo. Así, el profesor de cada asignatura debe enviar las guías al alumno por medio de e-mail, o en su defecto por Whats App, para que este las desarrolle dentro de un plazo. Pero Claudio no ha hecho ninguna. Dice que en su casa no hay un computador ni conexión a internet para poder descargar y completar las guías. También cuenta que ha intentado visualizarlas a través de su celular y para eso le ha cargado $1.000 o $2.000 de vez en cuando. Pero el teléfono que usa Claudio no le permite abrir documentos. —Voy a perder el año no más. Así tendrá que ser. Porque en mi curso han continuado las evaluaciones por medio de las guías y yo no las he podido hacer —dice con conformidad y luego agrega: —Ya me quedé atrás. La imposibilidad de terminar su último año escolar le ha afectado anímicamente. Claudio dice, además, que sus intenciones de seguir estudios superiores ahora parecen cada vez más lejanas. —Esta es la realidad de muchos compañeros, de muchos estudiantes, no solo la mía. Lo primordial sería que todo esto se acabe, antes de que se acaben mis sueños.
El presidente del Colegio de Psicopedagogos de Chile, Carlos Mora, menciona que el hecho de que no exista certeza sobre el retorno presencial a clases y que ronde la idea de la pérdida del año escolar, “afecta en el aprendizaje y en el estado psicológico de los alumnos. Estos pueden manifestar episodios de frusBastián Navarrete estudia en un liceo agrícola cerca de San Fernando. tración y ansiedad. Lo ideal es la contención de la familia, o en su defecto, del establecimiento.
También es de su responsabilidad velar por el bienestar de sus alumnos”. DESIGUALDAD GEOGRÁFICA Teresa Abusleme menciona que “el panorama de desigualdad de nuestro país no es más alentador cuando se considera la red de internet. Sobre todo cuando tomamos en cuenta la brecha digital entre zonas urbanas y rurales.
Esta disparidad acrecienta las inequidades educacionales existentes, donde no llama la atención que uno de los problemas para implementar las clases en línea haya sido precisamente el escaso nivel de acceso que tienen muchos alumnos”. Bastián Navarrete (15) es estudiante de segundo medio del Liceo Agrícola El Carmen, ubicado en San Fernando, Región de O'Higgins. El adolescente vive junto a sus padres y su hermana, Alexandra (14), en Agua Buena, una localidad rural ubicada a 13 kilómetros de San Fernando. Un sector precordillerano que se dedica a la agricultura y la vida ecuestre, Bastián cuenta que al estar en una zona rural, la señal que tiene de internet es escasa e intermitente.
Confiesa que en ocasiones ha intentado conectarse a una de sus clases por medio de Zoom desde el computador que tiene su hermana —el único que hay en su casa—, pero la conexión nunca ha sido posible.
Entonces, dice que desde el colegio comenzaron a enviarle guías para desarrollar, pero que para él descargarlas se había transformado en un problema. —Hace cuatro semanas que dejé de hacer las guías, porque es muy poca la señal que hay acá. El internet no es bueno. Ayer me intenté conectar todo el día y no hubo caso. Y en el celular solo tengo acceso a las redes sociales, porque las compañías las liberaron “Esta es la realidad de muchos compañeros, no solo la mía. Lo primordial sería que todo esto se acabe, antes de que se acaben mis sueños”. debido a la contingencia. Bastián dice que la otra opción que tenía era que algún profesor o compañero le enviara una foto de las guías para poder desarrollarlas. Luego, las debía transcribir en su cuaderno y responderlas de forma manual.
Sin embargo, el joven admite que con ese sistema se atrasaba, ya que “habían algunas materias que me costaban, como Química o Física, y no podía hacer los ejercicios yo solo”. Por eso, Bastián admite que durante las últimas semanas, no se ha ocupado en las tareas del colegio, las que ha cambiado por labores del hogar. —Me he dedicado a las cosas del campo, como sembrar y cosechar. También de vez en cuando me gusta salir a caballo a dar algunas vueltas y ver a los animales. No sé qué pasará con el colegio. Yo, por mí, volvería ahora, porque me da mucho miedo repetir. Pero estudiar así, sobre todo en estas zonas, se ha hecho muy difícil. LA NUEVA SALA DE CLASES Son las 10:30 horas de un día lunes de junio y Florencia Córdoba (13) está en el comedor de su casa. Ahí sobre la mesa hay algunos lápices, un computador y unas hojas. La niña escribe una de las guías para octavo básico que el Colegio San Francisco del Alba, de Las Condes, le envió hace una semana. Más allá y unidas por un corchete están las que deberá desarrollar más tarde.
A través del teléfono, Florencia explica que su colegio utiliza una plataforma online con la que se realizan algunas clases; sin embargo, su aprendizaje está basado en diapositivas de Power Point —que contienen la materia— y el desarrollo de guías de aprend je.
No obstante, para Florencia esto no es lo mismo que estar en una sala de clases. —Yo creo que mi aprendizaje ha sido inferior, porque es de otra manera, tienes que leer y comprender por ti mismo, y a veces no quedan bien claras las cosas. Entonces, hay que esperar a una nueva conexión con el profesor para que nos vuelva a explicar. No es igual que en la sala, en donde puedes hacer las preguntas de inmediato. Además, Florencia afirma que ha gastado mucho más tiempo estudiando durante la pandemia. Primero, porque debe hablar con el profesor; luego, leer la diapositiva de cada asignatura, para finalmente desarrollar los contenidos y enviar las guías. “Al final, pasamos todo el día estudiando”, dice. Carlos Mora señala que “no todos los alumnos aprenden de la misma forma. Por eso, no solo es suficiente que se entregue el material, sino que la mayoría de los alumnos va a requerir de un contacto presencial. De ahí la importancia de la sala de clases. No obstante, esta pandemia nos obligará a replantearnos la manera en la que nuestros alumnos están aprendiendo, así como el uso de nuevas tecnologías”.