UNA SOBERANA CHILENA DE EXPORTACIÓN
Joaquín Núñez y Mario Flores Molina están a más de 600 kilómetros entre sí. Joaquín habla sentado en el comedor de su casa en Chancón, una zona campesina de Rancagua, y Mario lo hace desde Cholchol, cerca de Temuco.
En ambas localidades la temperatura está bajo los cero grados, los campos lucen blancos por la helada y sus abejas, que se cuentan de a decenas de miles, se apiñan y apenas se mueven para protegerse entre ellas del frío.
Sentado a la mesa, junto a una taza de té, pan amasado, miel y altos de cajas, Joaquín vuela hacia 1994, cuando terminó sus estudios de técnico apícola en la Universidad de Cuernavaca, en México, donde aprendió a hacer mejoramiento genético a través de la inseminación de abejas reinas.
Un par de años antes, él y Mario habían trabajado en cruces aislados en la cordillera y a su regreso de Norteamérica visitó el apiario de su amigo. --Allá vi otras líneas de reinas, pero de la abeja reina de Mario me enamoré --relata Joaquín mientras mete un leño a la chimenea--. Mario me preguntaba por los precios de México. Eran como a 80 mil pesos chilenos de entonces por una reina madre, cuando acá las vendía como a 10 mil pesos. Joaquín le explicó que su reina superaba a las mexicanas en unas "diez veces" en calidad, apariencia, morfología, color, comportamiento, mansedumbre y en el armado de la cría.
Mario, al otro lado del teléfono, lo confirma. --Me dijo: "Nunca he visto reinas tan maravillosas". Me rogó todo el día para que yo le vendiera una de las cuatro madres, porque yo fui el primero en realizar la fecundación aislada. Joaquín se ríe cuando recuerda lo que vino. --Le dije que como madre no la vendería en menos de 100 mil pesos... le insistí hasta que aceptó.
Elegí una, le pregunté cuánto me cobraba y respondió: "Tú le pusiste el precio". Se los pagó para que Mario creyera en lo que se imaginaba. "Mi visión fue que con esa reina iba a mejorar la calidad de todas.
Yo iba a vender a sus hijas y con eso iba a cambiar la genética de todos los apiarios que estuvieran a mi alcance". Joaquín Núñez tiene 67 años y desde niño se la pasaba entre las colmenas de su abuelo, quien era administrador de un fundo de Chancón y en su casa tenía El ABC de la Apicultura, un libro que condensaba las bases del cultivo moderno de abejas. --Él me decía que eso era el futuro.
Un día me dijo: "Especialícese en esta área y hágalo bien, va a ser competente y se va a hacer famoso". En ese tiempo abundaban las abejas "chilensis", unos insectos rústicos que no trepidaban en atacar si percibían a un humano a menos de 100 metros. Esa condición dificultaba su uso intensivo y eficiente en la polinización de campos y en la producción de grandes cantidades de miel. Joaquín estudió en una escuela agrícola y trabajó en Caritas Chile, corporación sin fines de lucro, que recibía recursos europeos para labor social. Su función era fomentar la apicultura como medio de subsistencia de los campesinos. -Les entregábamos colmenas y después les comprábamos la miel. En ese tiempo costaba como 500,600 pesos el kilo, ¡nada! --admite-Entonces se las comprábamos más cara, la mandábamos a Suiza y allá se vendía como miel de apicultores del tercer mundo.
En 1994, ya trabajando en proyectos apícolas con el Gobierno Regional, a Rancagua llegó un especialista mexicano que le mostró el trabajo genético que realizaban en Cuernavaca, una ciudad en que habían desarrollado abejas mansas para mejorar su producción de miel, pues el país y gran parte de América estaban afectados por una especie muy agresiva proveniente de África. Entusiasmado, viajó a estudiar allá por tres meses.
Al regresar contactó a Mario Flores e inició su sueño de desarrollar su propio plantel a partir de una de sus abejas, pensando en la internacionalización. -No quería competir en las polinizaciones ni en la producción de miel, sino en la cría de abejas reina, que es el motor del negocio --dice--. En el reino animal siempre hay un mejoramiento y la reina es la que genera la postura y transmite los genes o los caracteres a las futuras generaciones. Joaquín no se desvió de su meta cuando, a partir de 2003, la miel alcanzó sus mejores precios de la historia. Dice que sus números le advertían que el boom se acabaría y vendría una crisis.
Su trabajo como asesor técnico y consultor de Indap le daba conocimiento y respaldo económico para esperar el momento idóneo para dar el salto, el que ocurrió en 2011, cuando en Google buscó opciones de mercado en Canadá. --¿ Por qué en Canadá? --Ahí están los mejores apicultores del mundo.
Ellos tienen un invierno muy crudo, de siete u ocho meses, con 20 grados bajo cero, una invernada muy dura para la abeja, pero luego viene un verano muy abundante en vegetación, gracias a sus cultivos de cánolas o raps, con los que hacen aceite, que termina siendo forraje para ellas.
Y tienen una cultura distinta a la nuestra: allá el dueño de la cánola le paga al apicultor para que vaya a cosechar la miel en su campo, o sea, el apicultor recibe doble ingreso, uno por el arriendo de las abejas que se dedican a recoger el néctar de las flores y ese pecoreo hace el servicio de polinización, aumenta el calibre, la cosecha y el sembradío. Además, trabajan mucho en cooperativa y un apicultor con otro se ayudan. Joaquín Núñez suma otro elemento: los canadienses conocían la excelente calidad de la fruta chilena y eso lo explican por la buena polinización que recibieron de la abeja local. A esto se añade que Chile tenía un tratado de libre comercio, contaba con vuelos directos y se trataba de un país sin grandes problemas de plagas, con un Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) respetado. Y estaba a contraestación. Joaquín ubicó en Google a un posible intermediario y le envió un correo ofreciendo su producto.
El canadiense le respondió e iniciaron una conversación que se cerró con la promesa de envío de 300 reinas con cinco nodrizas cada una, pack por el que transferiría casi 17 mil pesos de hoy, un buen negocio si se considera que la miel en Chile entonces estaba apenas por los 2 mil pesos el kilo y las reinas no eran bien pagadas. El chileno seleccionó el mejor material a mano y recordó que los estadounidenses y australianos usaban unas jaulitas de transporte con forma de cepillo de dientes, de plástico. En la parte inferior, puso un alimento a base de fructosa y azúcar flor y un sistema de hidratante. Para llevarlas en rieles fabricó con sus manos unas cajas de madera terciado, que el SAG le autorizó por ser un material certificado. Como ni el productor ni el comprador sabían si esto resultaría, el canadiense estableció que la carga debía incorporar un 5% más de insectos gratis en compensación por si muchas morían en el viaje. Todo era de palabra en un negocio que implicaba unos tres millones de pesos.
Cuando estuvo listo, el apicultor metió las cajas a su camioneta y partió al aeropuerto. -Iba camino a Santiago y me puse a pensar: "No tengo ningún contrato, no conozco al comprador, que está como a 11 mil kilómetros... ¡¿ cuándo lo iba a pillar si no me paga?!". Nervioso, decidió no enviar su carga y regresar a casa. Mario Flores se jacta de tener en Cholchol el mejor apiario reproductor de abejas reinas de Chile. Explica que su lejanía de otros colmenares y su buen manejo evitan que se crucen con otras híbridas. Tiene 74 años y desde los ocho que se dedica a la apicultura.
Cuenta que el mejoramiento genético en el país comenzó en los 60, cuando un científico austríaco envió a un amigo alemán radicado en el sur de Chile una abeja cárnica, una subespecie oriunda de Eslovenia que se caracteriza por ser mansa, buena productora de miel, resistente al invierno crudo y a las enfermedades larvarias. "Cuando una abeja acá producía sobre 200 kilos de miel, el alemán la reenviaba a Austria", comenta Flores. El material era usado para mejorar la especie allá, abejas que luego eran enviadas a Chile para continuar con su desarrollo.
Durante décadas este tipo de abeja estuvo en solo tres apiarios nacionales, hasta que a inicios de los 90, tras ganar un premio internacional a la innovación, Mario consiguió que le vendieran una de las madres y fue realizando cruces controlados, hasta lograr una cárnica mejorada. Hoy, asegura, el 60% de los apicultores criadores de reinas en Chile tiene hijas de ese proceso.
Mario cuenta que cuando empezó a mejorar esta subespecie lo hizo para conseguir los máximos beneficios de su producción de miel y de polen, sin imaginar que podría tratarse de un producto que llegara a ser apetecido en el extranjero.
Joaquín Núñez vuelve a ese día de abril de 2011, en que estaba decidido a no hacer el negocio acordado, cuando se acordó de lo que le comentó el canadiense cuando cerraron el trato. --Me dijo: "Yo no te conozco y voy a confiar ciegamente en ti, así que no me defraudes". Esa frase, dice, le resuena hasta hoy.
Cree que es la esencia del buen trabajo apícola y de la propia labor que desempeña la abeja, que se organiza colaborativamente con otras y con el ecosistema para producir de manera armoniosa, de una manera en la que todos ganan. --En ese momento pensé: "Ya, si esto fracasa que no sea por culpa mía". Me persigné, me encomendé a todos los santos y las mandé --sostiene--. Cuento corto, las abejas llegaron bien, no se murió ninguna y ese 5% que iba gratis me los pagó también porque a él se los pagaron. ¿Te das cuenta del tremendo mensaje que mandaron? Ahí empezó a generarse esta confianza. La demanda canadiense por las abejas es de cientos de miles por temporada, para la que aún no dan abasto.
De acuerdo al Movimiento Nacional de Apicultores de Chile (Monachi), desde 2011 se han enviado 75 mil abejas reinas a Canadá por gestiones de Joaquín Núñez, quien busca productores que cumplan con todas las exigencias que ponen los norteamericanos y la exportadora Valle de Luz.
En el camino ha habido problemas, como el envío de algunos insectos con varroa, un ácaro que las adelgaza, pero lo más grave ocurrió en 2019, cuando llevaban tres años con una nueva veta: el envío de "paquetes", cajitas de cartón enrejado con una reina y un kilo de abejas, por las que pagaban 130 mil pesos. Ese año otros apicultores exportaron en silencio y crearon un propio modelo de caja que no resistió el vuelo. El encargado de su mantención en el avión se equivocó en la climatización y los insectos murieron. "Fue un desastre", dice Joaquín. De esa desgracia les costó tres años recuperarse.
Por gestiones de la Monachi, la Subsecretaría de Agricultura y Prochile ante las aerolíneas y las autoridades canadienses ya está acordado que esa veta se reabrirá en 2024, lo que contenta a Joaquín. "Es que ese es un negociazo", admite el apicultor. Núñez se nota entusiasmado con lo que ha pasado en estos 12 años.
Dice que gracias a un proyecto con la Universidad Mayor descubrieron que con el alforfón, un trigo chino de muy bajo costo que se cultiva entre diciembre y enero, logran alimentar a sus abejas al menos hasta marzo, lo que les garantiza extender su producción de abejas hasta mayo. Están, además, en otro proyecto para explorar las posibilidades de exportar por barco, lo que saldría seis veces más barato que en avión. Mientras eso sucede, a mediados de mayo, Joaquín y sus asociados enviaron un cargamento de 3.600 abejas reinas de la manera tradicional.
En el aeropuerto fueron acompañados por autoridades de gobierno. "Es impresionante lo bien que funciona el sistema", comenta la subsecretaria de Agricultura, Ignacia Fernández, que se ilusiona con la posibilidad de expandir esta arista en medio de los deprimidos precios de la miel y el cambio climático.
Mario Flores Chandía, presidente de Monachi, no duda de que la exportación de abejas reina es el porvenir, y para confirmarlo firmaron la semana pasada un convenio con la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias de la U. de Chile para certificar la abeja reina local a nivel genético, pues están convencidos de que ya tiene características de subespecie, lo que podría darle una marca de país y elevar aún más su precio.
Su padre, Mario Flores Molina, se anima y propone que se le nombre como "Abeja de La Araucanía", "Abeja Araucana" o "Abeja Cholcholina". Su hijo, Mario Flores Chandía, piensa que puede ser "Apis Austral" o "Abeja Austral Chilena". --Hay que darle un nombre que refleje dónde estamos, que las condiciones son difíciles, un país que a pesar de sus desastres una y otra vez se levanta --afirma el dirigente--. Esta abeja representa la potencia de un país del fin del mundo. Mientras eso se discute, Joaquín recorre en una fría mañana de junio el campo de sus colmenas. Exhibe un rústico galpón, con heno, cajas, pesas y los trajes de protección. Él poco los usa, toma los marcos que guardan a miles de abejas sin guantes y comenta que este insecto es muy perceptivo y siente lo que le sucede a la persona que las manipula. Cuenta que un día estaba muy aproblemado y con dolores de cuerpo, pero igual fue a ver los cajones.
De uno de ellos salió una abeja y lo picó en la frente. --No me va a creer, pero en ese mismo instante se me quitaron todos los dolores --dice--. Es que las abejas son unos seres maravillosos... yo siento que en ellas está nuestro futuro. UNA SOBERANA CHILENA DE EXPORTACIÓN Joaquín Núñez acaba de enviar 3.600 abejas reinas a Canadá. Fue un proceso que comenzó sigilosamente en 2011, cuando empezó a consolidar un proyecto que se inició en La Araucanía en los 60 y que no ha estado exento de desastres. Esta es la historia de décadas de trabajo en las que ha habido arrepentimiento, pruebas y, sobre todo, mucha confianza.
Hoy, el gremio, el Gobierno y la academia trabajan juntos en certificar las características que podrían hacer de este insecto un ser único en el mundo, y que podría ser la salvación para la alicaída apicultura nacional. POR LEO RIQUELME En el predio de Chancón, al oriente de Rancagua, Joaquín comenzó a trabajar cuando era niño.
Él le dijo: "Especialícese en esta área, haga una cosa y hágala bien, va a ser competente y se va a hacer famoso". LE O RIQ UELM E "En ese momento pensé: `Ya, si esto fracasa que no sea por culpa mía'. Me encomendé a todos los santos y las mandé", recuerda Joaquín Núñez sobre el primer envío a Canadá. Desde 2011 se han enviado 75 mil abejas reinas a Canadá por gestiones de Joaquín Núñez. LE O RIQUELM E UNA SOBERANA CHILENA DE EXPORTACIÓN.