Gracias, perdón... ayúdame más
Gracias, perdón... ayúdame más ¿ R ecuerdas la emotiva novela "Corazón" de E. De Amicis? En ella, un niño, a escondidas y con gran sacrificio, ayuda a su padre amanuense. Noche tras noche, suma horas de trabajo silencioso, permitiendo que su padre entregue más escritos y, con ello, obtenga mayor sustento para la familia.
Pero el cansancio y la falta de sueño pasan factura en sus estudios, ¡y sus padres, sin comprender, lo castigan! ¿Cómo no se dan cuenta de que esos escritos no aparecen por arte de magia? ¿ Por qué no conectan esas copias con el evidente agotamiento de su hijo? Esta historia se puede repetir en nuestra vida cristiana, cuando experimentamos frutos maravillosos: una inesperada mejora en nuestro carácter, una delicadeza renovada en el trato, una comprensión más profunda o una fortaleza inquebrantable ante los desafíos.
Y, con frecuencia, ¡lo atribuimos a nuestro propio ingenio, esfuerzo, talento o incluso a la buena suerte! Pero, al igual que en la novela de De Amicis, los bautizados tenemos un "Amigo" divino que, aunque a menudo pasa inadvertido, es la verdadera fuente de nuestra felicidad y crecimiento. Él no busca el protagonismo, no le gusta "farolear", pero su presencia es constante y poderosa.
Es nuestro Consolador, Defensor e Inspirador, quien nos ayuda a alcanzar la plenitud en nuestra vida cristiana: ¡ el Espíritu Santo! Por esta razón, y muchas otras, san Josemaría lo llamaba el "Gran Desconocido". Le encanta actuar discretamente.
Pentecostés es una excepción, un momento en el que su presencia se hizo sentir con un estruendo celestial y la visión de lenguas como llamaradas que se posaron sobre cada uno de los presentes (Hechos 2,2-3). ¡Una manifestación gloriosa de su poder! Aunque su modo divino es pasar oculto, su amor por nosotros es tan inmenso que "acude en ayuda de nuestra flaqueza: porque no sabemos lo que debemos pedir como conviene; pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables" (Romanos 8,26). ¡Imagina un amor tan grande que intercede por nosotros incluso cuando nuestras palabras fallan! Entonces, ¿cómo actúa Él en nuestra vida? El Evangelio nos lo revela como un "don" que recibimos sin mérito propio.
Jesús mismo lo otorga a los apóstoles: " Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos" (Juan 20,22-23). Dios ha querido derramar su gracia a través de realidades sencillas: el pan, el vino, el aceite, oraciones breves, el agua... Y lo hace a través de personas comunes, soplando sobre ellas y concediéndoles este don divino.
Los sacerdotes, al igual que los apóstoles, no son superhéroes; Dios no elige a los más capacitados, ¡sino que capacita a los que elige! La importancia del Espíritu Santo en nuestra vida cristiana es tal que Él mismo afirma: "Nadie puede decir: Jesús es Señor, sino por el Espíritu Santo" (1 Corintios 12,3). Nuestra identificación con Cristo no es el resultado de un sinfín de acciones que realizamos, ¡sino una maravillosa transformación que solo el Espíritu Santo puede obrar en cada uno de nosotros! La hermosa secuencia que rezamos en la Misa nos enseña a pedir y a recibir al Espíritu Santo con un corazón abierto y esperanzado: "Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero" (Secuencia de Pentecostés). Hoy es un día para imitar al beato Álvaro del Portillo que acudía con frecuencia diciendo: "Gracias, perdón, ayúdame más". Gracias por todo lo que has obrado en mi vida, perdón por mi falta de humildad y, con el corazón lleno de esperanza, te pido me ayudes aún más: "realiza ahora también, en (mi) corazón... aquellas maravillas que te dignaste hacer en los comienzos de la predicación evangélica" (Oración Colecta). Gracias, perdón... ayúdame más PADRE LUIS IGNACIO CERÓN ROMERO Párroco San Andrés, Santiago. "Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos". (Jn. 20,22-23). ¡Imagina un amor tan grande que intercede por nosotros incluso cuando nuestras palabras fallan ! Dios no elige a los más capacitados, ¡sino que capacita a los que elige! EL EVANGELIO HOY San Juan (20,19-23).