COLUMNAS DE OPINIÓN: SARMIENTO EN ACONCAGUA (II)
COLUMNAS DE OPINIÓN: SARMIENTO EN ACONCAGUA (II) Columnista Espacio de Opinión;0] OBRAS COMPLETAS DE GABRIELA MISTRAL II CUADERNO: EDUCAR CON AMOR Y BELLEZA Corporue SARMIENTO EN ACONCAGUA (II) La urna de la atmósfera, en que las cosas parecen guardadas para durar, estando mds desnudas que en ninguna parte, apronima la montaña y hace anos juegos prestidigitadores con la distancia; la maravilla está ahi, a una jomada, y se cree tocarle las grecas del lomo y las quiebras del rasco crinado. No hay tal; los costurones, costurones, las arniguitas que se miran desde abajo, son seas senanias de recorrer en meses y unos valles mayores que el nuestro.
La luz acérrima, que le confiesa todos las accidentes y la rucorta con una brutalidad gloriosa, nos penrrite creer a los del valle, que vIvimos entre sus pesEros y que vivirnos úempm a sas pies, o más debajo de etos, pues el cabo están bien escondidos al igual que los pies de las virgenes, coya manto arrastra.
El aire del valle de Los Andes, siendo muy de altara, altara, muy cortador de la cara y demasiado ligero para el pecho de came, es ya cosa más harnana que la luz: él contiene y balancea bis dores de bis muchos huertos y el de la vendimia que se cumple en grande del lado de Fanquehue; subiendo an poco, él ya tiene los acerras que panzas de hierbas de olor y de espiras, las coales huelen intenso como en los suelos donde la aridez comienza. Esta naturaleza de fuerza en la altura y de rugaloneo es el valle ha debido volver soportable a Sarmiento su doble destierro: el de la Argentina y dde la vida urbana que era va preferencia.
Si al pobre Pocero de una sola calle y de memoria de tiza, le decirrros alguna pesadez porque no se do cuenta de va hombre ni procuró a1udacla, tal vez nos contente que le hizo más sarrgre es aquellas meses y le dio empuje para que después se pelesra con las adulones de Bello o con los isrocuos Domingo Godost cuando llegara a Santiago.
Quienes aseguran saber de Sarmiento en Aconcagaa, y saberla por aquetos quela vieron, cuentan que parecla en cdolla aconcagüino, un decidor de brorrsas de bulto, nada citadino melindroso, nada pedante, bastante huaco cuando le hostigaban con uva opinión cerril: una especie de Facundo al revés, del cual la leche fuerte de la pampa habla hecho un buen violerrto y que no rabia ser bueno sino ponlerrdo alguna arremetida es medio de las acciones benévolas. No se enguñaban en aquel la de que parecía aconcagüino aconcagüino de mejor validad qae los vistos.
Por aquellos tiempos sin Trasandino, en que las arreos de gunado eran más frecuentes y penetraban lentamente a Otile, Coquimbo y Aconcagua, con Mendoza y San ivan, vivían uva misma costumbrn, cosi hablaban el mismo canturreo y la estampa mral de gran sombrero, de espada cruel y de poncho de vicuña, mostraba el mismo énfasis de platas y de buenas lanas.
Sa me he dormido de dita en el valle de Ekpi oyendo a huasos y a cuyanos trocar sacedidos fabulosos de la cordillera, mientras circulaba el mate común, y vas ceras se me confunden en el mcaerdo. La misma color de haya de algarrobo, las ojos acalenturados y burlones, y un cuerpo delgudo que las cabalgatas de mmes no dejaban engrosar.
Atedias prsvincias eran una lonja amia may ceiéda y muy donosa en la Américo, Américo, sin ninguna eutranjerla aún, y Martin Fierro podía hallar una baena guitarra del lado nuestro y escuchadores escuchadores como las suyas, engolastimados engolastimados con la tonada que cae y se esdereza la mismo que el lazo. las cosas han cambiado bastante y se me ocurre que vamos sepavindonos a medita medita que recibimos inmigracion, inmigracion, que qalen nos atajo el trozo de la costumbre madándonos en mrratios, ercí de afuera con todo la que ha traído consigo.
El mendocino mendocino ya no tiene de común con el ranfelipefio sino el mirar viñedo unánime y cerros centaaros: durmiendo en la misma coma de paisaje nos irerrros arreglado para poecernos más, El lispanoamericunismo, cosa de nundra generación, quiere acomodar lo averiado y asamos otro orden cordial; pero para ml que la cosa perdida que es la costembre igual en las valles de las Andes, era viera la cara de la fratemolad.
Pedro Aguirre Cerda, hacendado y profesor, que es dueño de la tierra de Sarmiento en Pocuro, hablaba ana vez conmigo sobre esa reliqaia americova que no hemos honrado con honra grande ni pequeña: ella no ha merecido ni unas horquetas que la mantengas en pie anos años. Hablamos de yundar alli ana escuela granja Sarmiento, encelente en ana zona mralioma, y si no pudiéramos ambos con la empresa, traspasar al gobiemo la obligación, bastante imperiosa.
Mi amigo retiene va prorrresa, y yo ceo que su libro reciente, La cuestión agraria, cuya edición él desrina a ana escuela granja en que ambos guardaríamos la intervención entera, busca juntar baenos dineros cnt esa finalidad.
Caentan que Ayolonio de liana, seudomago o mago de veras, reconía el Mediterráneo bascande lugares que se le antojahan sobrenaturales por algunas facciones entrañas, a fin de esconder en va saela ciertos talismanes talismanes de so constmcción.
Quena saturar talo cval sitio de espirito fuerte, turbar en esos pantns la tierra, que es más pesada que la tortura, por medio de unos divamos duimolados bajo amaleto. ti talismán irradiaba poderes y lograría prosocar am profeta oportuno en el lsrga el santo que necesitamos de tarde en tarde, o bies espolosear a los santones y volverlos maestros de cuerpo entero. ti pobre Apolonio de ruta vino caminando desde Egipto a bu francesas idas Lmici, pacindose en las paisajes que le bacías un sigo de aquiescencia y davando allí el talionán famoso, no tas encima qae el alesión se lo llevara, ni tan soterrado que sos rayos no vaharan a la superficie y acogiesen al pasajero bienaventurado.
Nosotros tunemos, por más que naestra historia aaja todavía de almidón, muchiomos lugares históricos, a la largo de nuestra Amérira, que panden servimos para un menester mágico semejante al de los talismanes encitadorns de Apolanio: descansos o peleas de BoBear, casa mendocina donde conversaron San Martin y CHiggins, CHiggins, vivienda de Morelos, estaciones de José Martí, y bu escuelas Sarmiento dmde la primera a la última.
Estos lugares do cita formidabie con la hioorla poeden desatarnos la electricidad de la asación, qar guardamos a veces es el paño, sin empleo; pueden aplicamos, de la coronilla a los pies, el fustazo que dieron a San Fabla en el camino de Damasco; pueden remecemos con terremoto salobre de la carne la pesadez de cesa de adobe qae llevamos todavía, aunque nos crvarrros tan ágiles y desembarazados.
El disgusto de la miseria escolar, así en la rafia didáctica didáctica corno en la pobreza dr la cosa escuela; la cólera hacia la dejadez americana, hecha de ignorancia y de sensuabdad: el despredo con escupitajo de las mandones de la provincia que no sabiendo bacet tampoco dejaron hacer, el bambre furiosa de la biblioteca pública, sufrida en los pueblochos donde la noche es más larga para gozar narración y los sentidos están más limpios para recibir y comprender; el impeta elefantino que empojó la cultura de las capiteles hacia el desierto verde, todosto que en bloque se llama “el hombre Sarmiento hola conoció él y no lo padecio en la soledad de Acoecagva, delante do un pupitre descascarado y dr la modorra do mi gente chilena emparentada con sa gente argentina del tiempo? Testo Gabriela Mioral. Obra Reunida. Tomo Vi Prosa. Ediciones Ediciones Biblioteca Nacional. ____ L 1 :; LaLg4 z1,.... as.