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En tiempos de hiperconexión, los límites del mundo laboral se han desdibujado, colonizando todo en nuestras vidas. Pero tiempo libre, advierte, tiene beneficios no solo personales, sino que sociales. “Si no tenemos tiempos fuera de lo híper productivo, vamos a ser una sociedad más enferma. Y así lo estamos siendo”, dice.
El problema no era que no le gustara el trabajo. El problema era que como el trabajo le gustaba -se sentía entretenido y le interesaba-, este comenzó a tomarse otros espacios. A colarse en el “resto” de su vida. “Tenía proyectos con amigos, estábamos a veces tomando una cerveza, pero también estábamos conversando de trabajo. Entonces esa indistinción, que por una parte tenía un aspecto positivo, también era una fuente de tensiones”, dice la antropóloga Carla Pinochet, sentada en el soleado patio de la Universidad Alberto Hurtado, donde es académica hace cerca de una década. Su relato es reconocible para cualquiera en estos tiempos de poder mirar un mail hasta en el reloj, de llevar encima la oficina y de no poder apagar con un switch el día laboral para pasar al descanso Fue así como Pinochet -quien acaba de lanzar el libro “La cultura descentrada”, sobre la democratización y cambios culturales-, comenzó a interesarse en los estudios del ocio.
“Fue en un momento en el que también mi vida estaba colonizada por el trabajo de una forma radical. Bueno, no creo que me haya rehabilitado del todo, pero me complicaba esta expansión desregulada que tenía el trabajo hacia mis fines de semana, mis vacaciones, mi vida social. Estaba todo atravesado por trabajo, pero no se sentía como un trabajo, se sentía gozoso, entretenido”, señala.
En México, donde cursó un doctorado en la UNAM, Pinochet fue parte de un estudio donde analizaron la imposibilidad de trazar una división entre el trabajo y ocio para los artistas. “Y era algo que veía reflejado en mi propia vida”, dice. En Chile lideró el “Proyecto del ocio”, una investigación sobre las prácticas de ocio de artistas, creativos e intelectuales locales en 2019. Desde entonces le ha intentado dar una continuidad a este interés; en la versión actual del “ Congreso Futuro ” se presentó con la charla “Hacer nada como fuente de bienestar”. “Cuando le dije a mi mamá que iba a ir a hablar de ocio, me dijo: ‘predica, pero no practica”, cuenta la académica riendo.
—Se supone que poder hacer lo que a uno le gusta laboralmente, y que no se sienta como trabajo, es casi el sueño del pibe.
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—Pero tiene este otro lado que, sobre todo con el advenimiento de los smartphones, nunca no estás trabajando. Nunca no estás produciendo algo. Empleabilidad 24/7. Finalmente todo tiempo es susceptible de convertirse en un tiempo de trabajo y eso a mí me empezó a parecer problemático.
Desde las últimas décadas del siglo XX, los estudios del ocio comenzaron a aparecer en universidades o centros de pensamiento. La necesidad de comprender qué es lo que hacemos cuando no hacemos y cómo eso nos afecta, beneficia o influye como humanos. El ocio tiene múltiples definiciones. Históricamente podía ser una distinción de clase: sólo los adinerados podían darse el lujo de pasearse y no laborar. Hoy hay múltiples visiones; por ejemplo el filósofo de moda de los últimos años, Byung Chul-Han, habla de cómo el tiempo libre se ha transformado en tiempo vacío, rellenos de entretenimientos pobres. No sabemos no estar sin nada.
—¿ Cómo definimos ocio? ¿ Simplemente no hacer nada? ¿ O es hacer cosas que me gustan pero que no producen dinero?
—Hay varias tradiciones de reflexión en torno al ocio. Creo que me voy a quedar con una que podríamos decir es la más radical de sus definiciones: un ocio autotélico (significa que algo es un fin en sí mismo). Es decir, un ocio que realmente no persigue ningún tipo de objetivo o producto en ese tiempo. Ese ocio que es casi un contrasentido en el mundo contemporáneo. Hay otras tradiciones que piensan el ocio como una forma de bienestar. Por ejemplo, el ocio puede servir para mejorar las relaciones sociales, para promover una sociedad más pacífica: eso, para mí, igual es esperar algo de ocio.
Y hay otra tradición importante en los estudios del ocio, que sería la que está más asociada a las industrias y los mercados, la asociada a ver películas, comprar libros, una serie de productos o de experiencias que a la larga en el sistema están capitalizadas en términos económicos. Encontré algunas tradiciones de pensamiento que buscaban el ocio radical. En el mundo de las artes hay toda una genealogía de pensamiento que ha buscado esos puntos de fuga de la productividad. Es decir, un tiempo y espacio que realmente esté liberado de la necesidad de generar algo, inmaterial o material.
— Entonces si mi ocio es subir cerros, como estoy buscando buena salud, ¿eso deja de ser ocio, porque tiene esa finalidad?
—Creo que todas las definiciones de ocio conviven. Pero a mí me parece interesante poner en la mesa un horizonte de ocio que no esté subordinado a otros intereses. Por ejemplo, si tú subes el cerro porque quieres bajar de peso, o lo que sea, ese ocio puede verse subordinado a este objetivo, y por lo tanto lo evaluamos en función de algo más. Entonces, a mí me llamaba la atención esta tradición de los artistas. ¿Cuáles son los momentos en los que realmente se suspenden esas instrumentalizaciones del ocio?
Pasión y autoexplotación
La investigación del “Proyecto ocio” liderado por Pinochet, y financiado por Fondecyt y Fondart, llevó a pedirle a artistas, intelectuales y creativos a llevar una bitácora para anotar sus momentos de ocio. Es un área donde el trabajo a veces no se percibe ni se ve como trabajo, lo cual -según Pinochet- ha ido permeando otras labores modernas.
“Además, a veces es un trabajo que vale por sí mismo, que no necesariamente se va a evaluar en función de cuánto ganas, porque probablemente es muy poco, sino por el prestigio u otros intangibles”, señala. La dimensión de goce o de autorealización en estos trabajos, Pinochet ha investigado, lleva a otra vulnerabilidad: “Hay estudios que indican que es más posible que los trabajos que se rigen por este modelo de pasión sean fuente de malos tratos laborales y de sobrecarga laboral”.
— Porque yo estoy dispuesto a todo, porque no es mi trabajo, es mi pasión.
—Claro, porque puede ser un pago en sí mismo. Entonces, lo que vemos también, es que tienden más al agotamiento. Te llevan a hacer más sacrificios por tu trabajo. Hay una ambivalencia brutal en este tipo de trabajos marcados por la pasión, que prometen ser liberadores, conectados con la creatividad y con la expresión, al mismo tiempo llevan a justificar o neutralizar una serie de explotaciones.
La ecuación continúa: los artistas o intelectuales o creativos estudiados comienzan a ser gestores de sí mismos. Terminan destinando una muy pequeña parte de su tiempo en lo que les gusta y el resto deben hacer otras labores para pagarlo. Y, apunta Pinochet, esto se ha expandido en el mundo moderno a otras profesiones y trabajos. “Eso que hoy día consideramos como el modelo del trabajo artístico, lleno de libertades, donde tú no tienes horario de oficina, donde el mundo puede ser tu taller, se ha considerado un referente para otros sectores productivos. Y los vemos especialmente en el ámbito de la tecnología y la innovación. Si tú vas a las oficinas de Google te das cuenta cómo se introducen un montón de elementos inspirados en el mundo de los artistas y en la labor lúdica creativa. Lo que es muy seductor, pero esconde otras vulnerabilidades”, dice la académica.
Esta estrategia de creatividad ha permeado las culturas corporativas, donde hoy en todo rubro se habla de ser innovador, flexible, adaptativo. Pero donde también se evaporan los horarios, los espacios laborales y la presión sobre cumplir depende de cada individuo. “Y eso es lo más peligroso de estos modelos”, dice Pinochet. “Como yo soy la fábrica, no tengo ocio posible”.
Ser ociosos, ser mejores
Los problemas asociados a no tener espacios ni tiempos de ocio son múltiples, y van desde salud física a mental, precarización del trabajo mismo y de la vida. Pero también hay otra dimensión explorable, que tiene que ver con pensar al ocio como un derecho de las personas, con fines más trascendentes y colectivos.
— Hay universidades con programas dedicados al estudio del ocio, programas sociales en Europa dedicados al ocio. ¿Por qué importa, a fin de cuentas, el ocio?
—Hay un libro de un divulgador científico que se llama Andrew Smart (“Piloto Automático, el arte y ciencia de hacer nada”), que nos habla justamente de la historia de las innovaciones, de los grandes hitos del pensamiento universal, que son más producto del ocio que del trabajo. Hace una genealogía desde Newton a Rainer Maria Rilke, y dice que justamente para que el cerebro sea innovador, necesita que se active un tipo de mecanismo neuronal que sucede más con operaciones que no son focalizadas, sino que son justamente las que permite este tiempo de ocio. Necesitas tener emociones positivas, bajos niveles de estrés, necesitas tener conversaciones con amigos. Todas esas condiciones operan en el tiempo de ocio.
— Ha escrito sobre la tradición hispanoamericana del ocio, que le dio una connotación negativa. Ser “ocioso” es malo.
—Sí. En la historia de Chile la idea del ocio está asociada a la fuente de todos los vicios, ¿verdad? Hay un libro increíble de Alejandra Araya que se llama “Ociosos, vagabundos y mal entretenidos”, y que da cuenta cómo en las clases populares, en este contexto rural, la desocupación de los trabajadores era el momento en el que podían hacer uso de todas las desviaciones de la vida social bien instituida. La prostitución, la bebida. Entonces todas estas fuentes de diversión y de ociosidad popular eran consideradas un problema. Por lo que la solución era: mantengámoslos ocupados para que no se metan en problemas.
— Esto, en contraposición a la palabra en inglés, leisure, o francés, loisirs, que significa simplemente tiempo libre.
—No tiene esa connotación necesariamente perniciosa. También está otra vertiente, del ocio como bienestar. Por decirlo de alguna manera: un ocio socialdemócrata. Los festivales culturales y esas actividades. Y se piensa que la gente va a tener ese tipo de ocio y va a aprender a ser ciudadano, va a relacionarse pacíficamente con los otros, va a tener una actividad productiva en un sentido más espiritual.
— ¿ Y no es así? ¿ Si tenemos más ocio, vamos a ser mejores ciudadanos?
—No creo que sea una causalidad cerrada, no creo que sea una ecuación tan matemáticamente exacta. Lo que sí creo es que si no tenemos tiempos fuera de este súper yo híper productivo, vamos a ser una sociedad más enferma. Y así lo estamos siendo.
— En ese sentido, ¿cómo influyó la pandemia?
—La pandemia sí que desdibujó todo tipo de horizonte y ahora caímos arrojados a otro lado. Podríamos hacer un análisis en muchos sentidos, pero a mí me parece que la pandemia es interesante de examinar también respecto de lo que pasó con el rol de la cultura, ver películas, escuchar música, que ocuparon un rol bien significativo en términos de salud mental para mucha gente.
Y vino la discusión de cómo defender que quienes están encargados de ese trabajo, que tienen un rol fuera de tu vida productiva, no tienen la dignidad laboral suficiente. Además, hubo experiencias muy distintas según los tipos de trabajo, cómo se virtualizaron un montón de funciones, cómo el teletrabajo en algunos casos llegó para quedarse.
— Ahora se ve en muchas empresas y trabajos un regreso a la presencialidad, justamente porque en la casa se dificulta el separar mundos.
—Creo que esas experiencias tan radicales son un llamado a hacer el balance de qué es lo que nos gustó de esa virtualización, o de esa falta de barreras. Eso es lo que marcó mucho la experiencia de la pandemia. Tuvimos que autorregularnos como nunca entre nuestros tiempos de trabajo versus el resto de la vida. Creo que esa autorregulación es una tarea muy difícil, es a veces una carga, un trabajo en sí mismo que no está tan visibilizado y que tenemos que tomarlo con mucho cuidado. Quizás deberíamos tener una formación sobre el ocio y darle el valor que tiene para resetear el cerebro y poder ser creativo. Quizás en la perspectiva también de la inteligencia artificial, de todas las transformaciones tecnológicas que vienen ahora, esa va a ser nuestra única oportunidad de ganarle a las máquinas: la creatividad.
— Aunque no es parte de su investigación directamente, c¿ómo se inserta todo esto en las nuevas generaciones? Los sub 20, para quienes el ocio está asociado a la conectividad, a estar en TikTok. Su experiencia de ocio es muy distinta a la que podemos tener todas las generaciones anteriores.
—Te vuelvo a plantear esta idea del ocio como fin en sí mismo. Es un horizonte que quizás debiésemos trabajar en instituirlo, en socializarlo en las nuevas generaciones. Necesitamos que esos momentos de ocio estén libres de dopamina y de estrés. Libres de ansiedad de estar buscando likes. Porque las redes sociales tienen una forma de estructurarse que te llevan a conseguir mini metas todo el tiempo. Estar en las redes sociales no es un momento de creatividad, puede ser quizás un momento de descanso respecto de otro tipo de tareas. Esas formas de vida digital, que no las satanizo, no pueden ser consideradas la única fuente del ocio, ya que no permiten ese estado de reposo que hace que el cerebro genere estas conexiones creativas.
Carla Pinochet, antropóloga: “Deberíamos tener una educación del ocio y darle el valor que tiene” 18-01-2025 The Clinic La académica se presentó en el Congreso Futuro para hablar del estudio y necesidad de tener tiempo sin producir y sin trabajar. En tiempos de hiperconexión, los límites del mundo laboral se han ... |
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